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El porqué del por qué

La curiosidad tiene recompensa, introducirse y buscar donde se unen nuestros valores es una buena manera de saber empezar a dirigirnos hacia una escuela de pensamiento.

Por Alonso Correa |

Nuestras acciones tienen un patrón, todas se mueven por un hilo conductor que las une bajo un mismo paraguas. Todas las materializaciones de nuestras ideas, las reacciones de nuestras ideologías, vienen dadas por una semilla germinada en nuestra consciencia. Nuestras metas, ambiciones y sueños son, aunque imperceptibles para nosotros mismos, los pasos que nuestra alma nos dicta. La filosofía de vida, nuestra estrategia terrenal, nuestro plan de vida, aunque algunos no lo vean, es de donde brota la paz de saber que estamos manteniendo el rumbo.

La moral y la ética nos son solo dos conceptos, dos palabras que se utilizan de vez en vez para aligerar la carga de un discurso o resonar en las mentes de los que escuchan, la ética es más que cinco letras unidas por una difusa idea que pocos llegan a comprender. La filosofía, las escuelas de pensamiento, son las guías por las que, con conocimiento de causa, manejamos los vaivenes de la vida. Porque es laborioso el podar las imperfecciones de lo que ocurre dentro y fuera de nosotros, es de ahí donde aparece esa paz tan ansiada, la tranquilidad de saber que pase lo que pase te mantendrás bajo control, eso es lo que te enseña la filosofía de vida de un individuo.

La curiosidad tiene recompensa, introducirse y buscar donde se unen nuestros valores es una buena manera de saber empezar a dirigirnos hacia una escuela de pensamiento. Por ejemplo, el hedonismo que, como algunos ya sabrán, te invita a descubrir lo que realmente es placentero, el investigar, por cuenta propia, de donde nace el placer más longevo y verdadero, es una filosofía que sabe que existen placeres que con el paso del tiempo dejan de serlo y que, al contrario de la vulgar definición que le otorgaron algunos desfasados vividores, maneja bien la pasión humana por huir del dolor y buscar el placer. O también podríamos encontrarnos con el estoicismo que nos acompaña en el proceso de convertirnos en nuestra mejor versión, en alejarnos de esa tediosa lona que recubre la indisciplina y que salvajemente aleja la eudaimonia de nosotros. Lo mejor de todo es que no solo existen estos dos, no es blanco o negro, sino millones de combinaciones, cientos de miles de ideas que expresan y explican cómo se puede traspasar la ignorancia de no saber seguir adelante.

La filosofía se pierde en la lejana estrella de la intelectualidad, se pierde porque unos pocos se apropiaron de ella, se adueñaron de lo que en realidad significa tener una filosofía que rija nuestros actos. Pero es que un acto tan humano como el pensar no puede ser privilegio de unos contados números de pensadores. El uso de nuestra mente es global, único y personal; lo hacemos todos los días sin pensar en ello. Lo hacemos, siguiendo las pautas de aquello en lo que creemos, manejándonos, a veces sin saberlo, por una serie de maneras y tácticas para sobrellevar el riguroso pesar de la inseguridad. Porque la fatalidad de la incertidumbre es segura y el temor a fallar se acelera con cada segundo que pasa. Ese miedo, esa ansiedad, ese monstruoso agobio de no saber qué hacer desaparece frente a la planificación que otorgan las ideas de personas que ya han diseñado soluciones a nuestros problemas.

Empezar a buscar en la filosofía las respuestas a nuestras más grandes inseguridades puede ayudarnos a no solo descubrir respuestas sencillas y vanas, sino también a acercarnos más a todos esos aspectos que hacen que la vida se disfrute de mejor manera, acercándonos a la plenitud y a la más grande perpetuación de nuestra alma. [FIRMAS PRESS]

*Escritor panameño.

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