Uno de mis defectos de fábrica es que tiendo a ser daltónico. Cuando se trata de escoger los colores de mi ropa, me voy a lo seguro (lo que realmente puedo ver): celeste, blanco, beige y azul. Cuando me pongo a escoger colores de ropa fuera de ese espectro, corro el riesgo de salir vestido a una reunión como disfrazado de Chirajito. Por eso fue un gran consuelo enterarme que, realmente, los colores no existen. A ver, les explico:
En física, el término “luz” se considera como parte del campo de las radiaciones conocido como espectro electromagnético; sin embargo, lo que nosotros llamamos comúnmente luz es solo una parte de ese espectro: aquella que puede ser percibida por el ojo humano. Si no te has quedado dormido leyendo hasta aquí lo que pretende ser una oda a mi daltonismo, te interesará saber que, en realidad, los colores como tal no existen: simplemente son una forma en que el cerebro interpreta las diferentes longitudes de onda que le llegan a través del nervio óptico.
Aclaro: cuando digo “no existen” me refiero a que no hay nada en los objetos que los haga precisamente de un color determinado, lo que sucede es que nuestros ojos perciben un color particular derivado de la luz que ese objeto refleja. Para el caso, una manzana es “roja” porque su superficie absorbe el resto de los colores menos el espectro de luz roja que es el que, precisamente, perciben nuestros ojos.
Así las cosas, la próxima vez que me encuentres en un centro comercial vestido como que vengo del circo, debes de tener presente que el color solo existe dentro de tu mente, es tu particular forma de ver el mundo, fuera de tu cerebro el color no existe. A lo mejor ando vestido bien combinado y lo que pasa es que tú no te das cuenta. Todo se reduce a una amalgama de radiaciones electromagnéticas interpretadas por tu particular forma de ver el mundo.
Para el caso, si estuvieras a oscuras en un calabozo de la CECOT, donde ninguno de los que entra va a volver a salir y donde no penetra ni un rayo de luz, las cosas simplemente no fueran de ningún color, ya que el negro es, precisamente, la ausencia de todo color. Cuando algo es “negro” es por que absorbe todas las frecuencias electromagnéticas; precisamente por eso el difunto dictador tropical de Hugo Chávez (Q.D.D.G.) así como los beduinos del desierto, se visten de blanco: el negro da más calor ya que absorbe todas las frecuencias de luz, mientras el blanco, al reflejarlas todas, es más fresco… cosas de la ciencia y de la moda.
Lo complejo es cuando comparamos colores. El celeste a cuadros que a mi tanto me gusta, probablemente no sea percibido igual por tu cerebro y como estamos encerrados dentro de nuestras mentes, es difícil de comprobar si “tu celeste” es “mi celeste” ¿cómo saber que estamos hablando del mismo color? Eso no lo podría saber ni Sir Isaac Newton quien, con ayuda de un prisma logró “quebrar” la luz del sol en siete colores… lo que nos lleva a otra pregunta ¿Por qué siete colores y no más o menos? Bueno, por el peso que tenía para ese entonces la teología bíblica: siete es el número que representa la “perfección”: siete días para crear el mundo, siete días de la semana, siete virtudes teologales, siete maravillas del mundo, siete los enanos de Blancanieves, etc.; contrario al “seis” que representa la imperfección y que, su “triple seis”, representa la imperfección máxima: el Anticristo… pero eso es tema de otra columna.
Donde mi daltonismo se estrella con un muro de incomprensión es cuando voy de compras de cosméticos para mis hijas: ¿alguien me puede explicar cómo mi daltónico cerebro puede percibir un pintalabios “russian red” o un blush color “rose gold”? Quedo en la luna… Lo más inteligente que puedo hacer a la hora de escogerles un regalo, es darles un certificado canjeable para que ellas escojan lo que les gusta, no vaya a ser que su “morado lila” no sea del mismo color en que yo lo veo.
Abogado, Master en leyes/@MaxMojica