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En estado crítico

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Por José María Sifontes
Médico siquiatra

Haciendo un balance de la salud mental de la población salvadoreña no queda otra que dar un diagnóstico desfavorable, estamos bastante mal. No es necesario ser psiquiatra o psicólogo para concluir esto, las evidencias son clarísimas y somos testigos de ello todos los días. Basta salir de nuestras casas o leer las noticias y las redes sociales. Quien no lo detecta es porque o tiene muy poca capacidad de observación o porque vive dentro de una burbuja, prácticamente aislado del mundo exterior.
 
El tráfico en las principales ciudades de El Salvador es una fuente importante de estrés, y por sí solo es suficiente para causar ansiedad y agotamiento mental; pero en nuestro medio al tráfico se le agrega otro componente, la agresividad de los conductores. Algunos podrían decir que una cosa causa la otra, que el alto tráfico provoca reacciones agresivas. Lo interesante de esta opinión es que no es exacta. Existen muchas ciudades con cargas de tráfico peores que las nuestras y no se observa tanta agresividad. Una reacción demasiado frecuente es el pitar de una manera agresiva. Los conductores pitan por cualquier motivo y lo hacen agresivamente. Bastan dos segundos que alguien se atrase en arrancar en un semáforo para que los conductores de atrás comiences a pitar. No se tiene la menor paciencia. Se pita aunque sea completamente inútil, aunque el hacerlo no vaya a mejorar la fluidez del tránsito. El pitar con insistencia o agresivamente es de mala educación y una falta de cortesía; equivale a gritarle a alguien. Se percibe como un insulto, provocando una respuesta igual. Algunos estudios indican que el recibir un pitazo produce enojo porque es procesado mentalmente como la negación de los derechos del otro conductor y el poco valor que se le da a su existencia.
 
En las redes sociales se destila mucho veneno. Hay insultos por doquier y nula tolerancia. El tener el valor de emitir una opinión es suficiente para que aparezca una lluvia de insultos. No se ataca la idea, se ataca a la persona. Se hace evidente que mientras menos argumentos tiene alguien para refutar una opinión más se recurre al insulto y a la descalificación. Lo irónico del caso es que, aunque los ataques pueden afectar en cierta medida a quien los recibe, al que más afecta psicológicamente es a quien los profiere. Uno, que conoce un poco de salud mental, con frecuencia se pregunta ¿cómo puede alguien vivir con tanto odio?. El odio es un bumerang emocional, le regresa al que lo tira.
 
Pero hay algo peor que todo lo anterior. Los salvadoreños vamos perdiendo algo que siempre nos caracterizó y que personas de otras latitudes reconocían desde los primeros contactos: el espíritu de solidaridad. Esta magnífica característica se ve extinguiendo aceleradamente. Las personas ya no se solidarizan con los que sufren, con los que están en una situación angustiosa, con las personas a las que se hace una injusticia. Importa mucho más la propia seguridad. Ya no hay valor para tomar riesgos con el fin de proteger a otros. El hambre y la sed de justicia del que habla el Sermón de la Montaña cada vez es más escaso. La actitud generalizada actualmente parece decir: “mientras yo tenga a salvo mi pellejo, a los demás que se los lleve el diablo”. ¿Cómo puede una comunidad o población tener una buena salud mental con esta actitud y con este modo de pensar?
 
Médico Psiquiatra

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