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El futuro que nos espera

Dando clases a nivel de maestría, mis alumnos mantienen su cámara apagada mientras doy mi ponencia. En una ocasión, por accidente, a una alumna se le encendió la cámara: estaba acostada, en pijama, despeinada y con un gato negro acostado en su cabeza…

Por Maximiliano Mojica
Abogado, máster en leyes

Dentro de mi trayectoria profesional he tenido la oportunidad de ser ponente, conferencista y catedrático, actividades que me llenan de mucha satisfacción, ya que soy fiel creyente que debemos de retornar a la sociedad lo mucho que de positivo hemos recibido en nuestra vida, y una de las formas más productivas de hacerlo es educando a las nuevas generaciones. No obstante, y con todo lo satisfactorio que ha sido mi experiencia en ese campo, me genera preocupación la forma en que se están educando las nuevas generaciones.


Aún nos encontramos en una etapa muy temprana para tabular a cabalidad el impacto que el covid causó en el mundo y, especialmente, en nuestro país El Salvador; pero la realidad es que todo cambió: la forma en que interactuamos y trabajamos; en que invertimos; la forma en que viajamos y disfrutamos; y por último y no por ello menos importante: la forma en que estudiamos.


Por lo complicado de mantener el distanciamiento social en un aula, en un pasillo, en una cafetería o en un recreo, los ministerios de Salud y Educación optaron por que las clases desde parvularia hasta universidad y maestría fueran bajo la modalidad “en línea”, sistema el cual -más allá de lo conveniente que pudo haber sido durante la pandemia- ha generado diversos problemas personales, conductuales, de calidad y profundidad de aprendizaje.

Como todo en la vida, tiene aspectos buenos, rescatables y malos, y la modalidad de estudio o trabajo en línea no escapa de esa situación. Uno de los problemas es la calidad en educación que implica la educación en línea. Aquí quiero dividir el problema en dos: en el impacto que ha tenido en las clases sociales con un bajo ingreso económico que típicamente dependen de educación pública y el de las clases sociales que pueden pagar colegios privados. A todos los ha impactado el cambio de sistema, pero en niveles diferentes.


Al sistema público ha equivalido a que lo golpeara un tsunami. Los jóvenes estudiantes desde parvularia hasta bachillerato han hecho malabares con tal de mantenerse al día con su curso lectivo. Hemos visto jóvenes subidos en árboles o techos de su casa, para poder captar la señal de internet; jóvenes estudiando en chalets o parques; jóvenes pagando por el uso de wifi de un vecino o de la tienda de la esquina. ¡Para ellos un aplauso! Se rebuscan para aprender. Pero aún y lo admirable que es su esfuerzo, resulta válido preguntarnos ¿Qué tipo y calidad de educación están recibiendo?


A juzgar por los magros resultados de la PAES (que ahora se llama “AVANZO”), nuestra educación pública no llega ni a mediocre. Y eso que no la analizamos utilizando el método internacional denominado “PISA”, ya que, si lo aplicáramos, los resultados fueran peores.

El tema de los colegios privados, si bien es cierto no sufren de las mismas carencias de la educación pública, no dejan de ser preocupantes. Es ampliamente conocido que, en todo ese periodo de aislamiento recibiendo clases on line, los cipotes ni se bañaban, no usaban zapatos, se despertaban treinta segundos antes de la clase, recibían la clase acostados, en pijama y solo con la camisa del uniforme, entre otras falencias. Todo lo cual impacta negativamente, no solo en términos de la calidad de aprendizaje, sino en su calidad de formación humana, disciplina, ética de trabajo y capacidad de socialización.


¿Realmente podés aprender álgebra a distancia, mientras guardas equilibro subido en un palo de mango? ¿Podés analizar un texto mientras estás en un chalet oyendo a la Bichota como música de fondo? ¿Estás realmente aprendiendo algo mientras media clase copia por medio de WhatsApp? El proceso de aprendizaje es complejo; la mente humana debe de estar concentrada, en un ambiente propicio para recibir clases. El techo de una casa, la calle o la comodidad de tu cama, en ningún caso podrán sustituir un aula de clase ¿Qué tipo de base académica le estamos dando a nuestros hijos para convertirse en los profesionales del futuro?

Dando clases a nivel de maestría, mis alumnos mantienen su cámara apagada mientras doy mi ponencia. En una ocasión, por accidente, a una alumna se le encendió la cámara: estaba acostada, en pijama, despeinada y con un gato negro acostado en su cabeza… Digno de un cuadro de Dalí. Ante esa escena, no pude evitar preguntarme ¿qué clase de futuro nos espera?

Abogado, Master en leyes/@MaxMojica

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Educación Opinión

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