La Licenciada Martínez (nombre real, por si aún esta viva y me lee) era una de las últimas maestras normalistas, pues había logrado graduarse justo antes que comenzara el conflicto armado. Ella nos impartía Didáctica I allá por 1990ayer. Un día, se estaba hablando de las conductas problemáticas en el salón de clase. Recuerdo que soltó la “separata” y dijo: “Señoras y señoritas, aunque aquí diga que debe haber un refuerzo negativo ante una conducta disruptiva, yo discrepo. Un niño o adolescente que muestra conductas problemáticas y negativas está viviendo un problema similar. Tómense el tiempo de averiguar. Cualquiera puede enseñar dando órdenes y castigos. El verdadero maestro va más allá y forma, cambiando la vida del alumno. ¡Anoten!”.
No fueron más de cinco minutos, pero nunca lo olvidé.No fui perfecta como maestra. Digamos que era un tanto sui generis en mi manera de enseñar, y que mis frases célebres ERAN célebres. Como toda maestra, quité puntos, me inventé refuerzos negativos ingeniosos, hice amenazas que nunca pensé cumplir y tenía de aquellos teléfonos amansa locos llenos de contactos de los padres de mis alumnos, a quienes no dudaba en llamar. Pero en medio de repetirles por enésima vez que el libro “El Color Púrpura” tenía más páginas que la 78 y 79-258 más, exactamente-,jurar sobre mi cadáver que no,Shakespeare no usaba malas palabras en inglés, y recoger tres filas de exámenes pues un vivo estaba dando copia, entre otros gajes del oficio, mi vida como maestra fue rica y feliz. Y lo fue porque llegué a conocer a mis alumnos y, a través de ellos, logré entender y sanar muchas heridas de mi propia infancia.
Ya entrada a mis treintas, trabajé con niños que tenían déficit atencional, procesamiento lento, niños con CI limítrofes, entre otros. Venía entonces de estudiar un post título en Chile y allí, gracias a otra gran formadora, la Dra. Errázuriz, había comprendido lo difícil que era para los padres aceptar un hijo “diferente”. De la Dra. aprendí la importancia de escuchar al alumno Y al padre. Recuerdo un caso (me reservo el diagnóstico por ética, pero fue de los más difíciles con los que trabajé) en que mi alumn@ se mostró distraído por dos semanas. Lloraba con frecuencia. Como había también problemas de habla, se lo comuniqué a mi jefa y tuvimos una intervención familiar. Todo iba bien hasta que la madre rompió a llorar. “Ustedes no entienden“, nos dijo entre sollozos, “lo culpable que me siento cuando l@ ignoro porque que a veces deseo que ** no hubiera nacido. Suena horrible, pero me despierto preocupada de qué va a ocurrir cuando yo ya no esté”. Fue un shock darnos cuenta del abandono que *** había percibido y tremendamente doloroso oír a la madre. Si quieren saber que hizo el equipo…pues la abrazamos, se le consiguió ayuda psicológica y se buscó una manera de reducirle la colegiatura. A los años, la madre emigró a Australia y logró incluir a su hij@ en un programa para adultos con su condición, dónde vive una vida feliz y productiva. Y otra de mis grandes alegrías es haberle enseñado a mis alumnos a abogar por ellos mismos. Si bien, sólo uno sacó una carrera universitaria formal, es aún sorprendente para mi ver como estos niños “con problemas de aprendizaje” lograron montar negocios propios y destacar en las artes. Uno nunca, cuando forma, debe decir “no se puede”. Siempre hay alternativas, aunque parezca imposible.
Y a los cuarenta, porque nunca quise ser de esas maestras viejitas que daban secundaria por los siglos de los siglos, comencé a dar clases a nivel universitario. Debo decir que fueron quizás los mejores años de mi vida, porque no sólo estaba formando al presente del país, sino que podía tener discusiones con ellos a otro nivel. Era hablarles de adulta mayor a adultos jóvenes y en los recesos discutíamos historia, política, religión, sexualidad, música de los 80, El Salvador de antaño, y mil otros temas. Les recomendé libros y películas y me recomendaron libros y películas. Cuando dejé la universidad para entrar a la administración educativa, muchos de ellos se vinieron a trabajar conmigo. Y, si me leen, jóvenes, me siento orgullosa de su desempeño.
Así que para todos aquellos que regresan a las aulas este año, (yo ya no regreso, se me acabó la peseta), piensen en que el rol de un maestro no es crear material para memorizar, o hacerse el catedrático yuca que se las sabe todas. Uno no forma vidas cuando grita, humilla, o no busca ser parte de la solución de los problemas que enfrentan nuestros niños, adolescentes y adultos jóvenes. Si quería ser ingeniero, y no le gusta formar vidas, mejor hágase topógrafo. Son aquellos que regresan al salón de clases con ilusión y con ganas de cambiar las vidas los que van a llenar los pupitres de su salón los que crearán un mejor país.
*Con una dedicatoria especial a todos mis alumnos que optaron voluntariamente por las aulas.
Educadora.