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El servicio frente al poder

No puede construirse el interés social sobre el desprecio de la imagen de Dios en las personas ni sobre la reducción de las garantías del derecho. El respeto que los creyentes deben a las autoridades no excluye su responsabilidad de señalar todas las veces que pierden el camino, al tiempo que les invitan a retomar el designio divino.

Por Mario Vega

La relación de las iglesias con el Estado siempre será, a lo menos, tensa. Con frecuencia será beligerante. Eso a pesar de que, desde el punto de vista de las Escrituras, ambas entidades persiguen el mismo fin de procurar el bien común. Para que exista una relación plena es necesario no solo tener coincidencia de propósito sino también de metodologías. Pero ese no es el caso en este tema. Con relación al Estado las Escrituras afirman: «Porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo» (Romanos 13:4). El poder político echa mano de recursos que son opuestos a los del reinado de Dios. Mientras el Estado usa la espada, Jesús ordenó a los suyos: «Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán» (Mateo 26:52). El Estado es descrito como vengador, en tanto que al cristiano se le instruye: «No os venguéis vosotros mismos» (Romanos 12:19).

Como puede verse, las metodologías de las iglesias y el Estado no solo son incompatibles sino encontradas. Mientras que para el poder político el fin justifica los medios, para las iglesias los medios determinan el fin. (Un mal medio no puede contribuir a un buen fin). Mientras que el poder político persigue la represión del malo, las iglesias trabajan por su conversión y salvación. Mientras el Estado busca el poder, las iglesias buscan el servicio. Como consecuencia honesta de esas contradicciones, las iglesias se convierten en críticas y censuradoras necesarias de las actuaciones del poder. Esa tarea fue parte del kerigma de Juan el Bautista, Jesús, Pablo, Santiago y debería serlo de todos aquellos que se precian de continuar sus legados.

El poder político es poder en cuanto es capaz de manejar con eficacia y pertinencia los hilos de la popularidad, los pactos y la fuerza. Para eso hace uso de símbolos, imágenes, armas y logros reales o ficticios. En la construcción de esa narrativa pragmática, el Estado suele distanciarse de la ética. En ese punto, el choque con las iglesias se vuelve mayor porque pretende manipular las conductas y pensamientos de las personas en interés propio. La batalla por las conciencias de los ciudadanos alcanza las esferas del pensar, actuar y creer. Dicho en otras palabras, ya es una disputa sobre el señorío de Jesús. Las iglesias deben pagar el precio de su fidelidad. En el conflicto con las formas del poder, el Maestro advirtió de antemano: «Los entregarán a los tribunales y los golpearán en las sinagogas. Serán sometidos a juicio ante gobernantes y reyes por ser mis seguidores, pero esa será una oportunidad para que ustedes les hablen de mí» (Marcos 13:9).

Las autoridades son instituidas por Dios, pero su obstinación en la consolidación y retención del poder les conduce pronto a chocar con la vocación de desprendimiento y servicio de las iglesias. Los cristianos deben orar por las autoridades y en esas peticiones no puede faltar la necesidad de que se arrepientan y busquen la justicia. No puede construirse el interés social sobre el desprecio de la imagen de Dios en las personas ni sobre la reducción de las garantías del derecho. El respeto que los creyentes deben a las autoridades no excluye su responsabilidad de señalar todas las veces que pierden el camino, al tiempo que les invitan a retomar el designio divino. En eso consiste la responsabilidad de ser testigos fieles de los evangelios.

Tanto las iglesias como el Estado son instituciones divinas con esferas separadas de trabajo. Esas esferas se interceptan en la responsabilidad común de hacer justicia y construir el bien común. Pero hemos visto que se trata de una interacción confrontativa y tensa. No obstante, el espacio para el trabajo conjunto, aunque estrecho, existe. Es tarea de las iglesias aprovecharlo de la mejor manera y contribuir de todas las formas posibles a que tengan buenos resultados. Todo eso desde una postura ética sólida que nada tiene que ver con el oportunismo electoral pero sí mucho con las responsabilidades que las Escrituras exigen de los creyentes de todos los tiempos.

Pastor General de la Misión Cristiana Elim.

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