Durante los últimos meses, los salvadoreños hemos visto y sentido en nuestros bolsillos que los productos de la canasta básica se han encarecido. Ni aun en medio de la pandemia observamos tal inflación. Pero desde que comenzó la guerra entre Rusia y Ucrania, muchas cosas que consumimos a diario se han disparado a precios de casi un 100% más.
En casa comemos muchas frutas y verduras. Y la semana pasada, cuando fui a comprar vegetales, no solo me sorprendió que los tomates me los vendieron a 3 unidades por cada dólar, sino que todo lo demás también había subido de precio. En resumen, lo que antes adquiría con 10 dólares en marzo de este año, ahora debo gastar casi el doble. No solo lo que viene de Guatemala y que se vende en el centro de San Salvador está más caro, sino también en cualquiera de los mercaditos y camioncitos de reventa que abundan en la ciudad.
Pasando al supermercado, todos los insumos han subido entre 15 a 70 centavos o más. Lo más dramático en cuanto a cambio de precios ha sido el aceite (se ha duplicado su valor), los cereales más comunes, la harina para tortillas y también el pan. No se quedan atrás los productos de higiene personal, los abarrotes, los lácteos, la carne, el pescado y el pollo; sino también la comida de los perros.
Ante tal inflación en los productos de consumo popular, el escenario de una desaceleración económica es ya contundente en el país. Dado que utilizamos el dólar, entonces el impacto en nuestra economía está también ampliado por lo que sucede en EE. UU. El ritmo de persistencia hacia el alza en los productos básicos no parece disminuir, al contrario; cada semana sigue acrecentándose.
Las consecuencias de la inflación son principalmente dos: se da una disminución del poder de compra de los ciudadanos, y cuando los trabajadores no logran cubrir sus gastos, empiezan a demandar aumentos salariales. Cuando las compañías suben los salarios, pasan este aumento directamente al alza de precio de sus productos, y se genera una espiral de aumento de salario-precio producto que no parece terminar.
El segundo de estos efectos implica un impacto gravísimo en la clase social más baja, donde se ubica la mayoría de la población. Si los gobiernos no toman medidas de control de precios, al menos en un rango de banda de un mínimo y máximo, o si no subsidian la canasta básica de los ciudadanos, la crisis puede detonar manifestaciones masivas como las que vimos en Chile hace algunos años. En Francia, se está por llevar una votación al parlamento del proyecto de “ayuda alimentaria de emergencia” de 100 euros por hogar y 50 euros por niño durante esta semana. Los franceses, no se quedan allí. También quieren ofrecer un bono de alimentación para que 9 millones de personas puedan acceder a productos ecológicos, frescos y hechos o cultivados en la proximidad cercana a sus hogares.
Existen otras consecuencias financieras de la inflación relacionadas a las tasas de interés, préstamos y una recesión a la vuelta de la esquina. Sin embargo, este artículo es una reflexión estratégica para que las familias consideren comenzar a sembrar sus tomates, sus verduras y todo aquello que puedan. Comenzar un huerto casero no requiere ni siquiera un patio, podemos sembrar en macetas y hasta hidropónicamente en recipientes reciclados. Recomendamos no esperar más para introducir esta práctica tan positiva en sus hogares. De lo contrario, nos tocará seguir pagando un dólar por tres tomates, y quizás más.
CEO-Founder Eleonora Escalante Strategy StudioCorporate Strategy Reflections, Arts & Publishin