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Ilustración versus populismo

Contrario a lo que parece, el populismo autoritario no tiene una ideología política definida. Tan pronto puede surgir un líder populista de derecha (Trump), como de izquierda (Ortega), o incluso una combinación de ambas corrientes: pero lo cierto es que comparten teorías, siendo su principal aspecto común el hecho de moralizar los problemas sociales.

Por Maximiliano Mojica
Abogado, máster en leyes

Los principios de la Ilustración y el conocimiento académico siempre han sido incómodos para cualquier élite que ostente poder, sea este de naturaleza religiosa, económica o política. La razón es simple: quien piensa y basa su pensamiento en cifras, datos, experimentos y conocimiento, tiende a hacer algo que muchos consideran incómodo -o hasta peligroso-: cuestionar la autoridad.

Desde hace algunas décadas ha surgido en el mundo un nuevo movimiento político y social que aspira obtener el poder mientras socava los fundamentos de la Ilustración, mostrando una agresiva actitud respecto a todo lo que “huela” a academia: el populismo.

El populista reclama “ser el pueblo”, asumiendo que de él obtiene su soberanía y que esa soberanía ha sido transferidas a un “líder fuerte”, quien las canaliza y ejerce directamente para ejecutar todo lo que ese “pueblo” le indique o le reclame.

¿Y cómo le hace saber el pueblo lo que quiere? Sencillo: casualmente, todo lo que el “pueblo quiere” es lo mismo que “el líder quiere” y viceversa. Ahí no hay pierde. Todo se ejecuta con prontitud por y a nombre del pueblo que él representa; y como encarna esa suprema majestad y soberanía, el populista no ve la necesidad de diálogos o entendimientos, pasa por encima de leyes, procesos judiciales y/o administrativos, con tal de que se ejecuten sus órdenes… el “pueblo así lo quiere”.

Explota al máximo el antiguo mito de la izquierda de que las sociedades latinoamericanas han sido un “juego de suma cero”, en donde si alguien tiene más que tú… es por que te ha robado. Por ello, basa su plan de gobierno en sentimientos que arrasan el sistema límbico de sus ciudadanos (rencor y el odio) y no en el parpadeo reflexivo que nos llama a meditar antes de tomar alguna decisión. De ahí que el populismo requiere para triunfar que la nación se encuentre en constante agitación. La paz y sosiego mentales de los ciudadanos no le trae réditos… Un ciudadano enojado contra un “enemigo”, vota con el hígado y no entiende de razones.

Para procurar esa permanente agitación social, siente la necesidad de denigrar a las élites, principalmente a los académicos y a los expertos, ya que muchos de ellos tienen esa mala costumbre de cuestionar sus proyectos, exigir planes y datos, analizar el efecto en las finanzas públicas que tendrán los planes a ejecutar. No considera esos cuestionamientos como frutos de mentes educadas, sino que los percibe como mezquinos ataques a sus ideas y proyectos, que traerán progreso y felicidad al pueblo a quien él, y solo él, representa.
Al centrarse en la tribu más que en el individuo, demoniza lo heterogéneo: al que piensa y es diferente; por lo que no le parece relevante la protección de los derechos de las minorías. Respetar el derecho de “otros” diferentes “al pueblo que representa”, genera tropiezos innecesarios en la búsqueda de la glorificación de los suyos, de su Tribu.

Contrario a lo que parece, el populismo autoritario no tiene una ideología política definida. Tan pronto puede surgir un líder populista de derecha (Trump), como de izquierda (Ortega), o incluso una combinación de ambas corrientes: pero lo cierto es que comparten teorías, siendo su principal aspecto común el hecho de moralizar los problemas sociales.

Perciben los problemas de los países no como simplemente eso: “problemas que hay que resolver”, si no como maquinaciones de fuerzas oscuras con propósitos inconfesables, causados por élites, minorías o insidiosos y malévolos gobiernos extranjeros. Por tanto, los problemas del país no fueron causados por la natural interacción social que genera diferentes intereses económicos y dialécticos, sino por unos hostiles grupúsculos que el populista -ejerciendo la sagrada soberanía del pueblo depositada en sus manos-, está llamado a aniquilar.

¿Serán estos tiempos de TikTok y Only Fans en los que vivimos, en lo que la gente no lee y que está dispuesta a creer cualquier cosa que ve Twitter o YouTube, las que han dado vida a una nueva raza de populistas autoritarios? No creo. Ellos siempre han existido y siempre van a existir, pero los principios eternos de amor a la academia, a la innovación y apoyo al impulso empresarial; de tolerancia, libertad de expresión y empatía con el que piensa diferente; de justicia y balance de poderes, todos los cuales heredamos de la ilustración, vivirán por siempre entre nosotros para contenerlos.

Master en leyes/@MaxMojica

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