La enorme plataforma de intercambio de criptomonedas FTX, que llegó a valorarse en enero de este año en treinta y dos mil millones de dólares, se declaró en bancarrota hace unos días, y su CEO no tuvo más remedio que dimitir.
Los expertos que tratan de explicar el colapso (pero que raramente lo advirtieron antes de que se diera) hablan de una mezcla de exceso de inversión para crear una expansión agresiva y muuuy desordenada, un pobre control interno (de hecho, no tenían ni siquiera un departamento propio de contabilidad), rumores que decían que la compañía no tenía credibilidad…, etc. Ante esto, los acreedores exigieron pago inmediato y los clientes sacaron en estampida su dinero. Total: insolvencia e incapacidad de honrar compromisos: quiebra.
El creador de FTX, Sam Bankman-Fried, especuló hasta el extremo con criptodivisas y activos digitales… hasta que, como reza el dicho, todo parece indicar que la avaricia, terminó por romper el saco.
La gente, los inversionistas, compraban activos digitales y criptodivisas, y FTX les daba la “seguridad” de que sus inversiones no harían más que crecer. Sin embargo, como en todo negocio en el que se invierte dinero, en la base de las operaciones de FTX estaba la confianza: confianza en que había honestidad en la administración de la plataforma, y una confianza (francamente poco fundamentada) en que los activos digitales y las criptomonedas iban a re valorarse siempre en el tiempo; y en que, si había una caída en el precio en algún momento, no sería más que una toma de impulso para revalorizarse.
La desconfianza de los inversionistas no vino tanto en el recelo sobre el modo como la plataforma manejaba las inversiones, sino porque la segunda premisa: que las criptomonedas y los activos digitales tienden establemente a subir de valor, simplemente, no se dio. Más aún, después de un tiempo de tendencia a la baja, los inversionistas se dieron cuenta de que estaban perdiendo dinero, y reclamaron a FTX que les fueran reembolsadas sus inversiones; al mismo tiempo, nuevos inversionistas dejaron de poner en ella su dinero. Lógicamente, como cualquier empresa del rubro bancario que padece una corrida de clientes, FTX no pudo soportar las exigencias, y se declaró en bancarrota.
El principal resultado de todo esto no es sólo de que FTX haya desaparecido, ni tampoco que los inversionistas hayan perdido su dinero, sino, principalmente, que precisamente por el carácter descentralizado de las criptomonedas no hay nadie que responda a los inversionistas, y por ello el golpe a la confianza de la gente en la solidez y confiabilidad o no de las monedas virtuales, es casi irrecuperable.
¿Lecciones? Quizá la más importante es que uno de los puntos fuertes de las criptomonedas, es decir, la falta de una entidad sólida (estatal o bancaria) que las controle y regule, se volvió una de sus mayores debilidades. Sin administradores de riesgo, ni reguladores de inversiones, sin contrapesos, la tendencia es a que las cosas se salgan de madre, y no a que todo el mundo se enriquezca.
Sin saber a ciencia cierta las entradas y salidas del dinero en un periodo de tiempo, sin categorizar y administrar los gastos, sin estar claro en la proporción activos/pasivos de la empresa, sin tener límites y endeudarse hasta que es imposible saber cuánto se debe, sin justificar compras e inversiones con criterios financieros, sin tener otros criterios de inversión que ser cool y estar a la moda… es imposible para cualquier empresa (por muy digital que sea) poder sobrevivir.
Quizá la gente de FTX pensó que entre más dinero se tiene (treinta y dos mil millones de dólares…) más fácil es evadir el riesgo. Pero no. Es justo lo contrario: cuanta más plata se tiene, si se administra mal, más fácil se pierde, toda. Una gran verdad tanto para personas y empresas, como para países.
Ingeniero/@carlosmayorare