Hace unas noches me encontraba incapacitada e insomne, e hice algo que rara vez hago: leer los comentarios hechos a mis artículos. No lo hago usualmente por salud mental, pero no habiendo nada que hacer... Llegué a uno que había escrito acerca de la salud mental y alguien decía “pero ¿por qué escribe de esto? Debe escribir de otras cosas por su odio al gobierno”.
Debo. Por mi odio al gobierno.
Déjenme contarles cuán ridículo es este tema de odiar al gobierno. Todos (creo) conocemos el discurso de ARENA vs el FMLN. Pues bien, yo nunca fui ARENA, ni nunca fui FMLN. Yo votaba CDU en los tiempos de Héctor Dada Hirezi (para mí, el mejor político que parió el país) y sabía que perdía mi voto. Pero aquel CDU de los 90s reflejaba mis ideales social cristianos.
Para todos mis amigos, compañeros de trabajo y parientes, excepto mi familia inmediata, ARENA era el bueno, y el FMLN, el malo. Para mis compañeros de universidad y una de mis hermanas y sus compañeros, que estudiaban medicina y veían las deplorables condiciones de salud en los hospitales nacionales, era al revés. Y unos y otros me decían que yo era una tibia: los areneros, que yo era izquierda, y los de izquierda, que yo era derecha y así...
Durante los 90 y principios de los 2000 hubo una serie de “marchas blancas”, pues se intentó privatizar salud más de una vez. Pero mis amigos médicos se vieron más involucrados en las del 2002 al 2003, con el entonces presidente Francisco Flores. Las manifestaciones corrieron desde septiembre del 2002 hasta junio del 2003. Aunque yo siempre defendí muchas de las políticas económicas de Francisco Flores (antes de decir nada, revisen el PIB bajo su mandato) siempre critiqué dos cosas: el poco control de la dolarización y el intento de la privatización de la salud. Y, como siempre, lo dije en los lugares menos “apropiados”.
La reacción en el trabajo fue descomunal. Mi jefa (que era chera mía) me llamó porque su jefe le había pedido que averiguara si yo era comunista. Como trabajaba en un colegio religioso conservador , me recetaron todos los versículos de orar por los gobernantes y someterse al gobierno. Al final me callaron. Pero para entonces, ya el presidente Flores se había sentado a negociar con los médicos y la salud no se privatizó, así que no importaba. Sin embargo, las universidades privadas se negaron a extenderles títulos a los que habían participado en la marcha. La entonces ingenuflexa Minerva (UES) se los otorgó a muchos. Yo renuncié porque ya estaba marcada. A los años fui maestra de uno de los hijos del presidente Flores y conocí al otro. Hasta el día de hoy, nos saludamos, y con doña Lourdes nos sentamos juntas en misa muchas veces. Ni ellos, ni doña Lourdes jamás trasladaron un accionar político a las relaciones sociales e interpersonales.
Diez años después, el FMLN estaba en el poder (específicamente, Salvador Sánchez Cerén). De esos cinco años, aprendí a comentar de una manera más política, porque yo era de armas tomar, hasta un día que el entonces ministro Gerson Martínez hizo un comentario que me pareció fuera de toda lógica. Escribí mi opinión en las redes de un periódico y dije que el ministro era aquí y allá y concluí diciendo que “vivía en Lalaland”. Para mi desgracia, el rotativo decidió publicar mi no solicitada opinión, y a la mañana siguiente, estaba en la oficina de mi jefe oyendo cómo eso podía ser causal de despido, porque yo trabajaba en una entidad gubernamental.
“Es un Asocio”, le dije yo, siempre ingenuflexa
“¡No importa que la mitad de los administradores sean de derecha, Carmen. Le vendemos al gobierno así que...”
...así que ahora el FMLN era el bueno, y ARENA, la mala. No me echaron, pero tuve que borrar todos los memes del presidente de mi FB (igual los seguí subiendo) y no comentar de política (igual seguí comentando, sólo que no en redes públicas). Por trabajo, me tocó conocer al ministro, que ni sabía quién era yo. Y mis amigos de izquierda, con excepción de dos, seguimos tan amigos como siempre, aunque nos echáramos discusiones épicas acerca del gobierno.
Señores, lo cuento porque cuando doy una opinión, no es porque odio a los ministros, ni al Presidente, ni a los diputados, ni siquiera a los “amigos” que por ahora tener un puesto no me hablan y, siguiendo la moda, me han bloqueado de sus redes. Odiar a un político, como pueden ver, es ridículo porque los buenos y los malos cambian a cada rato y como, desafortunadamente, somos una sociedad con mentalidad de rebaño, repetimos como loros sin tener criterio propio. Lo que sí odio, detesto y me duele es este caos generalizado y las miles de acciones que desestabilizan a El Salvador como sociedad. Quitarle las unidades a Catalino Miranda ahuyenta la inversión extranjera porque se ve como expropiación. Tener un hospital de animales y no tocar el Rosales es una ofensa al pobre. Los presos políticos nos quitan préstamos. Las “comisiones” nos roban credibilidad como país, y también a los que participan en ellas, porque son jóvenes y están siendo grabadas. El Bitcoin hace que nuestros bonos bajen. Y el discurso de odio solamente crea situaciones como la que se dio cuando un hombre arrastró a un gestor de tráfico, sólo porque sí. Somos una sociedad alterada, energúmena y que ha perdido el concepto de lealtad y que al final es IGNORANTE de los procesos de ley, pero bien opinamos de todo con una pasión similar a la que sentimos por la Selecta.
Yo escribo (y ni Simán, ni Soros, ni la Norma me pagan, si no andaría en Suecia yo también) porque amo a mi país. Porque creo en el diálogo y la justicia transicional y restaurativa. Porque creo que un gobierno que escucha la voz ciudadana, evita cometer errores garrafales. Si el gobierno de Flores no hubiera escuchado a los estudiantes de medicina en el 2003 y a las muchas columnas de opinión que se escribieron entonces, ¿se imaginan el caos con esta pandemia? Y sí, por los gobiernos que no escucharon, es que estamos como estamos en salud, educación y finanzas públicas. Somos un país donde todos menos dos de los presidentes democráticamente electos están en la cárcel o en el exilio acusados por algo. Y los que no, es porque están muertos. Gran ganga ser presidente, ¿no? Es que no se ha entendido que gobernar es un arte.
Así que no, no odie al gobierno. Use sus energías para educarse, para exigir a estas alturas coherencia porque hay días que uno no sabe si reírse o llorar de lo que pasa, ya transparencia parece ser avaricia. Y, sobre todo, no se pelee por un político. Ya ve que un día son los buenos, y al otro, son los malos.
Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas.