Las historias de trenes y tranvías se han borrado en el itinerario y libros de registro de la vieja y deshabitada estación. Igual cartas de amor, talonarios y versos escritos al pasado y devenir de un olvido. Ya no pasan ferrocarriles con viajeros detrás de su destino. El mismo Destino maquinista desapareció de la leyenda. No obstante, se sabe de un ser solitario que se pasa la vida y los días esperando en la estación. No se sabe a qué ni a quién aguarda. Volviendo desde lejos del pueblo y de los años, un anciano poeta pasa por allá y -viendo al extraño ser humano que espera trenes invisibles e impuntuales- le pregunta al de la eterna espera: “¿A quién aguardas?”. Viéndole a los ojos -con una mirada de esperanza y nostalgia- aquél responde: “Están lejos aquellos que amé y perdí, pero aún les busco y espero. Tengo fe que volverán un día”, dice desde la invisible dimensión de la ausencia. Luego agrega: “Muchos dirán que estoy loco, pero pienso verles llegar o irles a buscar. Aunque sólo encuentre sus huellas sobre el polvo y sus voces lejanas. Preguntaré al viento, al silencio, a quienes encuentre a mi paso. Alguien sabrá de ellos. Alguien sabrá su paradero. Porque siempre hay un lugar a dónde ir o desde donde nunca volver.” El poeta viajero siguió de largo. Tiró al aire un papel en blanco. Ya había escuchado el último verso a la vida. (y XXIII) (“Leyenda del Hombre y la Locomotora” C. Balaguer)