El asceta de Akala nos condujo hasta las orillas del mar “Rasa” que –en lengua veda significa “rosa”, “perfume”— donde nos esperaba una barca de velas. “Vayan a buscar la isla del divino deseo –dijo con la mirada. El mismo deseo de eternidad que les trajo hasta aquí.” Luego nos dio un aro de dorado metal con signos grabados en sus orillas. Éste nos orientaría mar adentro, viendo el rumbo de los astros. El “Vid” (vidente) nos vio alejarnos sobre las aguas rosa, donde el viento estelar nos llevaría a la desconocida isla de nuestro renacimiento. Viajeros del cosmos habríamos de desaparecer por “mritiu”, la “muerte” interior que devela el renacer del “atman” o alma. El “sukra” (azúcar) de los frutos del Soma -el arbusto sagrado- endulzó nuestros labios. Así nos perdimos de vista en la apacible eternidad de aquel distante océano de la fantasía divina. Una tempestad de neutrinos –las invisibles partículas del universo anti materia— cubrió nuestro viaje, sin tocar nuestra fugaz materia humana. Ya éramos seres inmortales de la navegación astral, buscando un mundo mejor, a quienes la leyenda habría acaso de olvidar. (XXXVI) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>