“Leela” o “Lîlâ” (el juego divino) nos había llevado -mediante la astrofísica y la navegación espacial- hasta Akala, el distante planeta que no aparecía en las cartas náuticas del cosmos. “Todos estamos sujetos al juego divino que conocíamos como destino –habría dicho Sícilo el místico de la expedición. Es la misma danza cósmica de la energía divina, a través de las apariencias fenoménicas. El absoluto crea y destruye los mundos por puro gozo, como un juego. En cuenta van nuestras vidas e ilusiones”. Pero en aquel planeta -de alto campo electro magnético- el tiempo –de la astronomía terrestre— parecía detenido o no existir. Todo en la “realidad” que concebíamos como humanos, allá era un solo instante eterno. Ayer, presente y futuro eran un mismo evento. En nuestro éxodo a las estrellas Stella y yo –Indra— nos tornábamos, por ende, seres sin tiempo. Nuestro “svara” o soma (el cuerpo orgánico) escaparía, por tanto, a las leyes entrópicas de la destrucción natural de lo que vive o existe. Estábamos, pues, en la detenida dimensión de la creación astral. Ya no éramos humanos, sino eternas visiones de la divinidad. (XXI) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>