Ha tomado casi ochenta años, pero al fin pareciera que el peronismo está a punto de terminarse, independientemente de si Sergio Massa, el candidato peronista, gana o pierde las elecciones del próximo domingo. Igual que el comunismo en la época de Gorbachev, el peronismo está llegando al fin del largo camino por el que llevó a Argentina de ser uno de los países más ricos del mundo a ser sólo uno más de los muchos países mal llamados “en desarrollo” porque no se están desarrollando sino “des-desarrollando”. Como un virus, moriría junto con el cuerpo que ha llevado a la muerte.
Irónicamente, este final sería más seguro si Massa ganara las elecciones porque su gobierno haría que los argentinos bebieran el cáliz de la amargura hasta las heces. Massa no solo sería la continuación de las políticas que han hundido al país por décadas sin fin. Es el ministro de economía que ha estado manejando el proceso que lo ha llevado a su situación actual, al borde de la hiperinflación, con una tasa de pobreza de 40%, en una carrera hacia el fondo que deja muy pocas opciones para evitar un descalabro económico y social. Si gana Milei, se enfrentaría con una situación, creada por Massa, similar a un carro que ya se salió de la carretera y va cayendo hacia el barranco. Los peronistas le cargarían el choque, casi inevitable, a Milei, con lo cual quizás recuperarían su propia vida sobre el cadáver de Argentina.
La tragedia se está configurando retorcidamente. Milei tiene una propuesta concreta, la dolarización, que terminaría con la inflación y abriría las puertas para que se puedan tomar otras medidas que devolverían al país su capacidad de crecimiento. Pero para que esto pase primero tiene que implementarla, y hacerlo será la prueba fundamental que Milei tendría que superar para poder gobernar al país. Si no la implementa, su gobierno se derrumbaría hasta la irrelevancia en medio del desastre causado por Massa y los peronistas. Y los peronistas, sabiendo esto, le van poner todos los obstáculos posibles para evitar que la implemente y es posible que puedan detenerla y así poder echarle la culpa a Milei de lo que ellos hicieron.
Emilio Ocampo, la persona asignada por Milei para dolarizar al país, es un economista muy competente y un hombre honesto, pero necesita un apoyo político muy grande y no sólo de Milei. La red clientelar es tan poderosa como para haberse mantenido en el poder por ochenta años a pesar de haber llevado al país al desastre. Y la dolarización, con todo lo esencial que es, sólo prepararía el escenario para resolver los problemas más profundos de Argentina. Si la dolarización no se logra, la probabilidad de que esos otros problemas se resuelvan es cero. Los opositores, como Massa, cínicamente dicen que con sólo aplicar buenas políticas monetarias se puede reducir la inflación a cero y estabilizar la economía. Es como si, en país en el que nunca han podido operar ni siquiera abscesos sin riesgo para el paciente, se opongan a mandar al exterior a una persona que tiene que ser operada de un tumor cerebral, diciendo que con sólo operarlo bien en el pésimo hospital que tienen se salvaría su vida.
¿Cómo le creen a Massa, que está en la posición en la que podría hacer lo que dice que haría siendo presidente, ha llevado al país a este desastre? ¿Qué le pasa a Argentina? ¿Cuál es la fuente del poder de los perionistas siendo que han llevado al país a su perdición?
La respuesta es que el peronismo no es un partido político sino una gigantesca red clientelar organizada para capturar el poder para darse empleos a sí misma y para hacer favores a empresarios a cuestas de los impuestos pagados por la población. Es una organización parásita. Por eso, el peronismo puede acomodar a todas las tendencias ideológicas y manejar armónicamente las relaciones entre ellas. Su propósito no se define en términos ideológicos sino de intereses comunes.
Esta explotación es la fuente última de la indisciplina fiscal del país. La burocracia crece como la espuma extrayendo recursos del sector privado, que se debilita cada vez más. Este proceso se está acelerando cada vez más. Según el Instituto Argentino de Análisis Fiscal, el número de personas trabajando en todos los niveles del gobierno, que era de 2.7 millones en 2012, creció a 3.2 millones en 2020, mientras que los empleados del sector privado cayeron de 6.1 a 5.8 millones en el mismo período. No es sorprendente que Argentina haya declinado tanto.
Por supuesto, esta tendencia no es racional. El aumento de la planilla de los empleados públicos no se ve acompañado por una mejora de la cantidad o calidad de los servicios públicos. Al contrario, la impresión que da Argentina es de una decadencia muy marcada. Hay sectores enormes, como el de educación, en el que un porcentaje alto de los empleados no llegan a trabajar, sólo a cobrar, y en el que algunos privilegiados controlan plazas que luego rentan a otros para que las llenen por un precio.
El poder de esta red clientelar es el problema profundo que ni la dolarización ni ninguna medida económica pueden resolver por sí mismas. Pareciera que solo se puede eliminar si Argentina toca fondo. Pero todos sabemos que los países no tienen fondo.
Manuel Hinds es Fellow del The Institute for Applied Economics, Global Health, and the Study of Business Enterprise de Johns Hopkins University.