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Diálogo en el infierno

“El secreto principal del Gobierno consiste en debilitar el espíritu público, hasta el punto de hastiarlo de la política y de sus altos ideales, porque de ellos es que se nutren las revoluciones”

Por Maximiliano Mojica
Abogado, máster en leyes

Con ese azufrado título se le conoce a la obra escrita a mediados del siglo XIX por el anarquista Maurice Joly, quien imaginó una chispeante conversación entre dos titanes de la política ya fallecidos para la época en que fue escrita y que, de acuerdo con el criterio del autor, presumiblemente tenían calidad de residentes del averno: Maquiavelo y Montesquieu.

A pesar de tratarse de una obra decimonónica, sorprende por su asombrosa vigencia, ya que pareciese haber sido escrita por un analista de actualidad. La obra inicia con una ardorosa defensa de los conceptos de democracia y república por parte de Montesquieu, quien lamenta que la política hubiese caído bajo el influjo de Maquiavelo, reclamando que paralelo a la astucia inescrupulosa del Príncipe de su célebre obra, haya surgido un nuevo e inesperado actor: la indolente apatía política del pueblo.

A las lastimosas quejas de Montesquieu sobre la moribunda democracia, Maquiavelo, siempre cínico, le restriega en cara la ruta que seguirá el Príncipe: “No destruirá directamente las instituciones, sino que les aplicará, una a una, un golpe de gracia imperceptible que desquiciará su mecanismo. Irá golpeando -por turno- la organización judicial, el sufragio, la prensa, la libertad individual y finalmente, golpeará con un mazo, la libre enseñanza”.

Maquiavelo continúa: “Buscará cargos  -¡los que sean! - contra la prensa libre para silenciarla. Esta impide, sencillamente, la arbitrariedad en el ejercicio del poder; obliga a gobernar de acuerdo con la Constitución; conmina a los depositarios de la autoridad a la honestidad y el pudor, al respeto de sí mismos y de los demás. Proporciona, a quienquiera se encuentre oprimido, el medio de presentar su queja y de ser oído. Lo bueno es que las masas no entienden de este argumento; si podéis, contad el número de quienes se interesarán por la suerte de mantener una prensa libre y veréis”.

“Vislumbro la posibilidad de neutralizar a la prensa por medio de la prensa misma. Puesto que el periodismo es una fuerza tan poderosa, ¿sabéis que hará mi gobierno? Se hará periodista, una milicia de publicidad clandestinamente contratada por el propio gobierno. Con la ayuda de la oculta lealtad de estas gacetas públicas, excito o adormezco los espíritus, los tranquilizo o los desconcierto, defiendo el pro y el contra, lo verdadero y lo falso. Hago anunciar un hecho y lo hago desmentir de acuerdo con las circunstancias; sondeo así el pensamiento público, recojo la impresión producida, ensayo combinaciones, proyectos, determinaciones súbitas.”

En sus oscuras maquinaciones, Maquiavelo partía del punto que habría un reducido número de académicos y de personas ilustradas y pensantes, que se darían cuenta de las noticias trucadas, de las maquinaciones y de las motivaciones detrás de las mismas; pero mientras el Príncipe pudiese manejar a las masas mediáticamente, el número de ilustrados no sería suficiente para inclinar la balanza del fervor popular. De tal forma que la oposición quedará reducida a un pequeño grupúsculo anémico, mientras las masas bailarán al son que les toquen desde el oficialismo, aplaudiendo eufóricamente cada nueva ocurrencia.

Por ello, Maquiavelo espeta: “Los pueblos necesitan que sus gobiernos se muestren ofreciendo un espectáculo de continua actividad, una especie de frenesí, alimentando constantemente a los ciudadanos incautos con novedades y sorpresas. El Príncipe, sus ministros y adalides, estarán ocupados hablando sobre la grandeza del país, de su recién adquirida prosperidad, de la majestad de su misión y del imponente destino que le aguarda en esta azarosa ruta, hasta que el pueblo quede agotado del éxtasis generado por esos ofrecimientos, esperando ardorosamente llegar a ese destino glorioso que se les promete constantemente”.

Cuando leí “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu” quedé fascinado que en él se pudiese describir tan acertadamente, no solo la corriente política que asolaba la Europa del siglo XIX, sino la que ahora reina -por una especie de movimiento pendular histórico- la Latinoamérica de finales del siglo XX e inicios del XXI.

El libro concluye con una triste admonición: “El secreto principal del Gobierno consiste en debilitar el espíritu público, hasta el punto de hastiarlo de la política y de sus altos ideales, porque de ellos es que se nutren las revoluciones”. Y una revolución ciudadana con aspiraciones democráticas, es, precisamente, lo que no desea que ocurra un gobierno populista.

Abogado, Master en leyes/@MaxMojica

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Antivalores Balances Políticos Opinión

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