Hablar del ingeniero Antonio cabrales es hablar de la grandeza de un hombre, que antes de su investidura como Ministro de Agricultura fue, es y será un gran ser humano que deja un enorme vacío no sólo en su familia en un país que debe ver en él la grandeza, la sencillez, el conocimiento, el amor al agro, el amor a su prójimo, la fe convertida en obra.
El Salvador perdió a un hombre tan grande que debe servir para que evaluemos lo que es un antes y un después. No hablamos de personas alejadas de la realidad de cualquier salvadoreño. Prueba de ello es que al momento de su fallecimiento, don Tony iba con la gente de confianza. Así era él.
Fue un hombre que pudo marcharse en la época de la guerra de los años 80, pues disponía de los recursos como para tener una vida sin complicaciones y sin arriesgar su patrimonio ni su vida como tal y a su familia, pero luchó con esfuerzo, luchó con entrega por el agro de El Salvador.
Cuando se le recuerda como ex ministro de Agricultura viene a al mente la agricultura de la guerra y lo que sería la posguerra. Levantar el agro en esos años era un doble reto de un país que estaba en ruinas, pero dejó sin duda las bases para que esto mejorara. Inició y terminó el quinquenio en una época muy turbulenta, pero con la claridad que lo que iniciaba, finalizaba.
Sin duda deja un vacío enorme para la familia, pero para las personas que lo conocieron, los amigos de infancia, amigos, empresarios, ese hombre silente, tranquilo, educado, reposado, que lo único que hizo desde que es conocido por todos nosotros como ya un salvadoreño que entra a luchar por su país. Esa fue su vida, luchar por dejar un mejor El Salvador, un agro fortalecido y sobre todo un mejor país.
Ese hombre que muchas personas solo recuerdan que fue un ministro de Agricultura fue mucho más que eso. Fue un verdadero patriota cuyo vacío no es fácil llenar. Esos hombres que vienen a dar luz a una nación que siempre camina en silencio, un hombre grande, noble, entregado al agro, entregado a la familia y sobre todo entregado a la obra de Dios.
Externar mis condolencias a la familia doliente es quedarse corto, para sus hijos, para su esposa. Deben entender que hay personas que tienen un tiempo que es el tiempo de Dios. Cuando Dios quiere que estén con Él.
Muchos guardaron silencio ante el bullicio y tuvieron voz ante el silencio de un país que siempre camina a oscuras, pero siempre en la senda oscura hay líderes de la talla de don Antonio.
Don Antonio fue un hombre de familia, pero sobre todo un hombre de Dios. No habría espacio en esta columna para escribir todo lo que fue este hombre. El Salvador lamentablemente no conoce a su mejor gente, esa gente que detiene el tiempo, que para ellos no hay ni más ni menos. Sencillamente todos somos iguales ante estas personas. Así fue Don Antonio, ese ministro de agricultura que luchó por un agro derrotado, saqueado, descuartizado por lo que fue esa época. No fue tarea fácil, sólo un grande, solo una persona con amor a su tierra, con amor a su familia, con amor a Dios y sobre todo con amor al campesino más sencillo que prefirió quedarse y sufrir una guerra fratricida tremenda, indescriptible. No es fácil hacer eso. Eso solo lo hacen las almas nobles que a pesar de los riesgos a tomar los aceptan y se quedan en su tierra.
Al solo tomar posesión del cargo, en junio de 1989, se dedicó a gestionar ayuda con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) para traer alimentos y granos y se reactivara el agro de un El Salvador quebrado por la guerra, la sequía y los terremotos. Fue así como llegaron toneladas de alimentos básicos y granos para las familias en extrema pobreza más afectadas. Esto evitó que se desatara una hambruna tremenda en el campo.
Muchos amigos de don Antonio vivían en el exilio; él no, él vivía en el agro, en cada cultivo, en cada manzana en cada tarea, en cada huerto, en cada terruño, en cada centímetro cuadrado de nuestra tierra. Fue el ministro Cabrales quien aceptó un reto tremendo como fue a rescatar la agricultura y lo hizo con creces. Esta columna es un reconocimiento desde mi perspectiva desde lo poco que conocí y que en algunas ocasiones me reuní con él en FUSADES. Su muerte en época de vacaciones no lo hace pasar inadvertido, porque sin duda don Antonio fue un gran salvadoreño. Sólo una pregunta me hago en estos tiempos: ¿Cuántos Antonio Cabrales necesita El Salvador?
Médico.