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El orden de los factores sí altera el producto

Tenemos la inmensa capacidad de ver treinta años para atrás —incluso aquellos que no llegan a los cuarenta—, pero ¿podemos ver treinta años para adelante? Eso es lo que diferencia un país de Primer Mundo de uno de Tercero.

Por Carmen Maron

Todavía recuerdo esa tarde de enero de 1992 cuando anunciaron que se habían firmado los Acuerdos de Paz en Chapultepec. Estaba en el comiéndome una manzana horneada. Recuerdo el alivio. Alivio de —según yo— nunca tener que volver a ver muertos, ni oír bombas, ni saber de masacres. Alivio de poderme quedar en la tierra que amaba.
A los meses entró la ONUSAL para supervisar la transición del FMLN a un partido político y a investigar los crímenes de guerra, como el asesinato de Monseñor Romero. Se creó la llamada Comisión de la Verdad y, al final, para hacer corto el cuento, se dio amnistía general. Y allí comenzó el desorden. Porque, El Salvador necesitaba pasar por el doloroso proceso de la justicia transcional y restaurativa y comenzar una vida política. Pero no lo hubo. Y en la política, al revés de la matemática, el orden de los factores altera el producto.


Tanto la derecha —que no era sólo ARENA, era el PCN y el PDC — como la izquierda tenían que reconocer y aceptar sus crímenes de guerra y de ANTES de la guerra. El país necesitaba sanar, necesitaba respuestas. Y la única manera de sanar era decir la verdad. Pero nadie quiso enfrentar su responsabilidad y, con la amnistía, vino el poder. Pero como el poder se dio sin que rindieran cuentas, empezó el ciclo de corrupción, de robo y de injusticia generalizada.


Y el resultado ha sido que en lugar de sanar, el país se ha polarizado y cada vez los espacios de diálogo son menores. Partidos de centro, como el CDU, nunca funcionaron en El Salvador, porque parece que la idea de ver la política sin pasiones no esta en nuestro ADN. Como nunca se discutieron políticas públicas, sino políticas partidarias, figuras, etc.,nunca hubo políticas públicas para la salud, la educación y la vivienda digna que fueran políticas de nación. Nunca hubo acuerdos. Nunca hubo educación cívica. Nunca hubo siquiera un libro de historia que detallara el conflicto armado objetivamente para enseñarle a las nuevas generaciones que no hacer. Como maestra de historia, me da vergüenza la ignorancia nacional de la historia de El Salvador. ¿Cómo se construye un futuro si no se conoce el pasado y sus errores?

Entonces, ¿quo vadis, El Salvador? ¿Hacia dónde vas, El Salvador? Los niños siguen naciendo y los viejos están muriendo. Si de una vez por todas no hablamos de lo que pasó en el conflicto armado, si no sanamos como nación, a mediano plazo vamos a repetir nuestra historia. Pero ven, ese es nuestro problema. Tenemos la inmensa capacidad de ver treinta años para atrás —incluso aquellos que no llegan a los cuarenta—, pero ¿podemos ver treinta años para adelante? Eso es lo que diferencia un país de Primer Mundo de uno de Tercero.


Quizás es hora de que los que han guardado silencio, hablen. No por coerción, si no por amor a El Salvador, por decencia humana, por una deuda histórica hacia sus conciudadanos, para la paz de muchas almas. Una justicia transicional sin responsabilidades no existe. Alterar el orden de los factores alteró el producto. Es hora de corregir la ecuación.


Educadora.

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