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El tráfico: Cuando lo cuantitativo oculta lo cualitativo

Con este cuarto artículo trato de visibilizar una realidad que no puede esperar estamos ante una epidemia de accidentes de tránsito de múltiples causas y de múltiples dimensiones y proporciones en el que existen muchos responsables y también muchas víctimas.

Por Ricardo Lara
Médico

Las estadísticas no se equivocan. Cuando son veraces se llevan bien y, sobre todo, cuando se estudian bien y se convierten en herramientas de análisis y toma de decisiones. Pero siempre lo he dicho: las frías estadísticas que ocultan esos números. Aquí tres historias reales que en el mundo de la investigación llamamos análisis cualitativos. Los nombres son ficticios, las historias son reales. ¿Que cómo las conozco? No de casualidad sino producto de visitas domiciliares.

Caso 1: José Morales Pérez (27 años). Conductor de motocicleta. Padre de tres hijos. Labora en una empresa de comida rápida. Sale de su casa de habitación situada en Santa Tecla hacia su lugar de trabajo; en un segundo, un vehículo a toda velocidad no respeta la luz roja. José fallece en el lugar del accidente. Deja tres hijos en la orfandad y una esposa que se dedica al cuido del hogar. ¿Qué futuro espera a esos tres niños que perdieron a su padre, y a esa joven mujer hoy viuda? ¿Es el seguro de vida suficiente para paliar apenas un año de vida de estos niños? ¿Es José una estadística más?

 Caso 2: Lorena García (32 años). Viaja en transporte público. Madre soltera de dos hijos al cuido de su abuela. Viaja desde Lourdes hacia un centro comercial donde labora como vendedora de celulares y sus accesorios. El bus intenta sobrepasar a otro, tiene frente a sí una rastra, el motorista decide sobrepasar. El bus vuelca, Lorena resulta gravemente herida, es trasladada a un centro asistencial; luego de ser sometida a una serie de chequeos médicos, el diagnóstico de Lorena es un balde frío para su familia de escasos recursos: fractura de vértebras en región cervical. Lorena quedará cuadripléjica el resto de su vida. ¿Qué futuro espera a esos dos niños con su madre en este estado? ¿Qué  será de esta pobre abuela y madre de Lorena? ¿Es el seguro de vida suficiente para paliar apenas un año de vida de estos niños? ¿Es Lorena una estadística más? ¿Quién se responsabiliza por dicha tragedia? ¿Será que la anciana madre de Lorena, aparte de cuidar a sus nietos, ahora deba cuidar a su hija? ¿Quién llevará el sustento al hogar de Lorena?

Caso 3: Francisco Antonio Domínguez (45 años). Maneja su propio vehículo. Padre de dos hijos y su esposa ama de casa. Labora en una oficina pública. Es viernes. Decide salir con sus amigos a disfrutar una cena. Francisco se toma diez cervezas. Los amigos lo incitan a que aborde un taxi o pida un Uber y que regrese al día siguiente por su vehículo; debido a la intoxicación alcohólica a Francisco parecen no importarle las sugerencias y ruegos de sus amigos. Decide conducir. En la Carretera de Oro, su  vehículo chocó contra la parte trasera de una rastra. Francisco no vio al vehículo que estaba estacionado sin luces de precaución. Su vehículo queda destruido. Se llama a las instituciones de socorro para poder sacar el cuerpo de Francisco; su esposa se apersona al lugar. Otra tragedia que enluta un hogar salvadoreño. ¿Qué futuro espera a esos dos niños que perdieron a su padre? ¿Es Francisco una estadística más? A pesar de su real imprudencia, ¿será que la esposa podrá sacar adelante a su familia? ¿Está una familia salvadoreña preparada para perder al proveedor de ese hogar? Parecen casos sacados de una revista amarillista; sin embargo, es la realidad que sacude a muchos de los hogares salvadoreños. La seguridad vial necesita ser vista con lupa y especial atención. Es aquí donde las frías estadísticas cuantitativas ocultan las tristes cifras cualitativas que ambas van de la mano. Solo se repara más que en las frías estadísticas que en la dimensión de la tragedia, hogares destruidos que jamás volverán a ser iguales.

    Debemos ver lo que queda después de la tragedia vial, la vida debe continuar; a nadie parece importar las secuelas económicas, emocionales que deja un percance vial, todo lo vemos en función de números. Hasta ahí llegamos. No valoramos ni nos importa como sociedad la vida humana como lo más preciado; un estado poco puede hacer para evitar tales tragedias, las decisiones de quien está tras el volante de una motocicleta, un vehículo de trabajo, un Ferrari o el carro que sea, son decisiones personales y  debemos ser responsables al conducir. Preferible perder unos minutos de nuestro tiempo que perder la vida.

    Con este cuarto artículo trato de visibilizar una realidad que no puede esperar estamos ante una epidemia de accidentes de tránsito de múltiples causas y de múltiples dimensiones y proporciones en el que existen muchos responsables y también muchas víctimas. En tal sentido demos gracias a Dios quienes día a día salimos y regresamos a nuestros hogares.

Médico.

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