Amigos:
Ya no sé quiénes formulan y supervisan la política estadounidense hacía El Salvador. ¿Son los asesores, que el presidente Biden trajo a la Casa Blanca para poner en práctica su anuncio de poner en el centro de su política los derechos humanos y la defensa de las instituciones democráticas? Si son ellos, andamos en lo oscuro, porque desde hace ratos ya no hablan. ¿O es el State Department bajo el mando de su secretaria Blinken? En este caso estamos jodidos, porque ha dado señales que nos hacen entender que dan por perdida la batalla por la democracia en El Salvador y prefieren arreglarse a tiempo con la realidad de un régimen autoritario consolidado. Esta interpretación sería consistente con la actuación del embajador Duncan, quien parece tener la misión de remendar las relaciones entre Washington y Nayib Bukele.
¿O siguen los guardianes de la doctrina de la Seguridad Nacional definiendo la política estadounidense hacia Centroamérica, como siempre han hecho? Si es así, el tema de derechos humanos y democracia se relega a un distante tercer lugar detrás del narcotráfico internacional y la migración. Esta ha sido mi impresión últimamente, escuchando el ruidoso silencio de la Casa Blanca y del State Department, no solo sobre el incómodo detallito de la reelección inconstitucional, sino también sobre las continuas actuaciones violatorias a los DDHH por parte de la Fuerza Armada, la PNC y la Fiscalía.
Pero para analizar las políticas de Washington nunca es suficiente ver lo que se ve. Lo que se ve a la luz del día en el fondo puede significar lo contrario a lo que parece. Lo que se ve son fotos del embajador Duncan con el ministro de Defensa y otros militares, reconociendo su labor en la lucha contra el narcotráfico y prometiendo que “Estados Unidos continúa fortaleciendo sus esfuerzos”; fotos del embajador con oficiales de la PNC y de la Academia Policial, acompañados de una frase como esta: “(Vengo a) escuchar y conocer de qué forma el gobierno de los Estados Unidos continúa apoyando el desarrollo profesional de los que hacen a El Salvador seguro para todos.”
Nada en este ajedrez es casualidad o desliz. ¿Qué significan estas fotos, estas declaraciones, estos acercamientos del embajador a los poderes salvadoreños anteriormente criticados, casi condenados como la Fuerza Armada y la PNC? A primera vista, significan que a pesar de todo, los Estados Unidos siguen apoyando al presidente, cuyo poder está sustentado en su control total de estos dos cuerpos armados. Nayib Bukele debería estar feliz.
Chequeando qué tan feliz estaba el presidente, revisé su cuenta en Twitter. Y resulta que Nayib Bukele no reaccionó a las fotos y las declaraciones, que documentan un acercamiento de Estados Unidos a la FFAA y la PNC. Extraño, porque suele retuitear gustosamente cualquier publicación a su favor. ¿Será que el presidente no está por nada contento con este acercamiento del embajador a sus militares y sus jefes policiales? ¿Será que Bukele entendió mejor que yo lo que Estados Unidos está haciendo? ¿Será que entendió que es un mensaje para él? Pero no un mensaje de apoyo, sino una advertencia que dice: ¿Tú crees que los jefes militares y policiales son tus instrumentos, a los cuales puedes usar como te conviene? Equivocado, igual que en toda la historia, la Fuerza Armada de El Salvador -y luego también la PNC- han tenido y siguen teniendo influencia de los Estados Unidos, en doctrina, en armamento, en entrenamiento, en dinero. Al momento de la verdad, van a hacer lo que nosotros les digamos que hagan...
Tiene lógica esta interpretación. Los gringos siempre juegan a largo plazo. Figuritas como Bukele son para ellos inconveniencias temporales. Sus alianzas con los militares del continente son permanentes.
Los Estados Unidos no van a despeinarse para ayudar a la oposición a parar la reelección de Bukele, ni desmayarse ante monstruosidades como el régimen de excepción con sus redadas masivas y juicios sin debido proceso. Nada de esto va a descarrillar su política de buscar al sur de su frontera gobiernos, policías y ejércitos que les ejecuten sus políticas de lucha contra el narcotráfico y la migración.
Sea cual sea la interpretación correcta de las políticas de Washington, una cosa es evidente: Si se trata de defender la democracia en El Salvador, no veamos hacía Estados Unidos (ni a ningún otro país) para que acudan al rescate nuestro. La tarea es nuestra, y si la hacemos bien, los países democráticos nos van a apoyar, como lo estan haciendo ahora en Guatemala.
Saludos,
Paolo Lüers