De la hacienda Santa Catalina, la propiedad donde se sitúa el río que recién rebrota, poco queda.
El casco permanece desvencijado, la próspera propiedad de allá por las décadas de los 70 y 80 -o quizás un poco antes- pasa sus peores momentos.
Desde el muro perimetral de la casa donde algún día vivieron “los patrones”, el imaginario de los visitantes construye el cómo habrá sido en su apogeo la hacienda.
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Los inmensos árboles de mango en la entrada de la propiedad aún dan trabajo y sustento a jóvenes que se encargan de cortar las frutas y almacenarlas en sacos.
“Aquí habían reses, cañales y muchos árboles de frutas, vine a trabajar aquí cuando tenía 30 años, hoy ya tengo 65”, relata Paulino Rivera, quien es el actual responsable de la propiedad.
De los vacunos solo quedan los comederos y los bebederos en abandono; y algunos tanques utilizados para almacenar agua.
Paulino recuerda que cuando había prosperidad en la hacienda eran de 15 en adelante los trabajadores del lugar, también relata que habían tractores y otras maquinarias pesadas.
También comenta que las estructuras para almacenar agua fueron construidas por los dueños de la hacienda.
“Había una bomba que traía el agua hacia la hacienda, entiendo que trabajaba por gravedad, de allí estaban las tuberías y estas llenaban los tanques, imagino que por allí deben estar aterradas las tuberías aún”, dice Paulino.
Añade que “el nacimiento era rico”, pues lograba solventar las necesidades de la propiedad y aún había agua en el resto del cantón.
“Pienso que sería bueno si se lograra hacer funcionar, aprovechando que ha brotado de nuevo” el río, concluye Paulino.
Sus palabras las acompaña con denuncia y molestia por el irregular servicio de agua potable en la zona.