José Cornelio Chicas Díaz tenía 27 años y ya era padre de 4 hijos. Hacia 22 días había nacido el cuarto de sus hijos cuando la muerte llegó al cantón Junquillo, de Cacaopera, el 14 de marzo de 1981… El dolor de perder a su esposa María Argentina Chicas Guevara, a su madre Rosa Otilia Díaz y a sus hijos José Matilde, Rosa Delia, Mariano y Pedro, lo motivó a escribir las memorias de todo lo que ocurrió. A 41 años de la masacre en la que perdieron la vida 67 personas, la mitad de ellos niños, José Cornelio es quien organiza la conmemoración que se lleva a cabo cada 14 de marzo en esta zona remota de Cacaopera, Morazán.
Hacia 22 días había nacido el cuarto de sus hijos cuando la muerte llegó al cantón Junquillo, de Cacaopera, el 14 de marzo de 1981. Video EDH
¿Qué pasó ese 14 de marzo de 1981?
La tropa salió de Cacaopera el 12 de marzo, recorrieron toda esta zona. El día 13 en la noche llegaron al caserío El Centro. El 14 como a las 2 de la tarde bombardearon ya la zona. Ahí le cayó la bomba a la casa de mi hermano Doroteo… Yo perdí mi familia (silencio incómodo), cuatro niños, mi señora y mi mamá. Se siente contar estas historias, pero yo siempre le pido a Dios que me dé sabiduría y fuerza (solloza). Pero ahí estamos, con la única esperanza de que el Estado salvadoreño tal vez nos ayude en algo y… agradecerles a ustedes (como El Diario de Hoy) porque es la primer visita (de un medio de comunicación). Para mí es importante esta visita de ustedes para que se vaya dando cuenta la opinión pública que existimos todavía.
¿Por qué cree que el ejército bombardeó la zona?
Mire, el ejército tal vez no analizó la situación y se dejó guiar por algunas personas … Antes el ejército, la autoridad, se apegaba a esa gente y despreciaba a la gente pobre… Pero yo analizo, yo soy una persona que como en ese tiempo no habían escuelas, yo apenas hice el primer grado, tenían que haber investigado. Porque dése cuenta: mi señora tenía 22 días de haber dado a luz un niño y sería injusto que alguien dijera que esa persona era guerrillera. Mis cuatro niños, el primero de seis y uno de cuatro, el otro de tres y el otro de 22 días. Ahí era la investigación. Haber llegado a platicar conmigo si alguien les había dicho que yo estaba organizado… Si yo hubiera estado organizado no los espero. Yo era una persona analfabeta, yo no pensaba en eso.
“El ejército tal vez no analizó la situación y se dejó guiar por algunas personas … Antes el ejército, la autoridad, se apegaba a esa gente y despreciaba a la gente pobre…”.
¿A ustedes les avisaron que venía el ejército?
Avisaron que iba a entrar el 12 de marzo, pero nunca nos dijeron que iban a ser asesinados los niños. ¡Nunca! Porque no se creía eso. Todavía ese día en la mañana saqué seis libras de mezcal y me puse a hacer la pita… Así que salimos, nomás calló la bomba donde mi hermano, yo le dije a mi mamá y ella me mandó para el cañal, que le iba a meter para adentro con los niños, porque a los niños no les hacían nada. En ese tiempo nosotros éramos casados ya y obedecíamos a los papás, que si mi mamá me dice “entrémonos, hijo, que no nos van a hacer nada”, yo no estuviera, y contándole estoy.
¿Cómo se enteró de lo que le había pasado a su familia?
Después de irme a esconder al cañal, subimos un cerro, estuvimos en el cerro un momento y vimos que el helicóptero andaba tirando ahí en el caserío. Nosotros nos fuimos y fuimos a dormir al río Sapo, allá amanecimos en una finca de mezcal (henequén) con la intención de venir a la casa. Le digo a mi sobrino que viniéramos a la casa, buscando la quebrada El Chupadero. Pero lastimosamente cuando ya íbamos llegando al caserío miramos que la tropa se estaba levantando en una loma. Ya cuando íbamos pasando el río Sapo de vuelta, el cuerpo mío sintió hacer sus necesidades, y le dije a mi sobrino: “Me voy a quedar aquí tantito”. Se me fue mi sobrino y ya no lo volví a ver. Me encontré con mi hermano mayor Virgilio y un sobrino que se llamaba Guadalupe Chicas y me dijeron que fuéramos a buscar la familia al Cerro Pando. Entonces yo me negué… Bajé al río Sapo de vuelta y me subí a una vereda con tal de venir a mi casa. Como a las 8 de la mañana iba llegando donde un vecino, se llamaba Luis Marín Chicas, ya me contó que había pasado mi papá en la mañanita y que a toda mi familia la habían matado. Ahí sentí una desesperación y le dije a Marín Chicas que no hallaba para dónde irme. Métase en esa vaguada, me dijo, ahí pasé todo ese día. Salí como a las 7 de la noche. Al mediodía hice el intento de ir a la casa de Doroteo… Vi la casa de mi hermano Eulalio, la de mi hermano Teyo. Cuando venía bajando para la casa de Teyo vi que mi cuñada Petronila se cruzó por tres veces. Fue una visión… Cuando llegué donde el finado Teyo, vi un radio pedaciado, un perrito en el patio de la casa… Ahí una puerta estaba abierta, me asomé para adentró y estaban las niñas, eran seis niñas en el piso y mi hermano (muerto) por otro lado. Ahí fue lo más duro.
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Aquella experiencia acompaña a José Cornelio hasta la actualidad. En abril de 2003, regresó al caserío El Chupadero, cantón Junquillo, donde construyó un casa de bahareque y empezó a trabajar en la agricultura.
Seis años después, construyó un pequeño monumento en el sitio donde ocurrió la masacre. Tras consultar al juzgado de Paz y a la Fiscalía, en abril de 2009, fueron exhumados los restos de su esposa, su mamá y sus niños. En un pequeño libro que recoge su testimonio, José Cornelio relata: “A medida que los médicos forenses iban extrayendo tierra, iban apareciendo las pertenencias de mis seres queridos. Encontramos unos sombreritos, eran los que le había comprado a mi hijo de seis años... Al verlo me llené satisfacción, no por el hecho de que había sido asesinado, sino por el hecho de que tendría un recuerdo de mis hijos”.
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