Nadie que esté comprometido con la democracia duda que en Nicaragua se ha consolidado el autoritarismo. En pocas palabras, que se ha instalado una dictadura.
A solo 550 kilómetros de San Salvador, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo en Nicaragua reprime cruelmente a todo el que se atreva a disentir y ha concentrado todo el poder. Han cerrado medios, capturado líderes religiosos, encarcelado a opositores y líderes empresariales, y hasta se ha llenado las manos de sangre de manifestantes.
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16 características de Nicaragua
A partir de reportes periodísticos, informes de defensores de derechos humanos y denuncias locales e internacionales, El Diario de Hoy ha identificado 16 prácticas políticas que vuelven a Nicaragua una dictadura (ver infografía).
Algunas tienen que ver con el cierre de espacios políticos y cívicos. Otras con la abierta represión y la violencia con la que el régimen ha respondido a las voces que se han pronunciado en contra de sus medidas. También hay algunas que tienen que ver con la consolidación del poder total en torno a la pareja presidencial.
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Todas apuntan a lo mismo: que nadie pueda pronunciarse sin consecuencias y que nada amenace la estabilidad de quienes dirigen el país.
En el día a día, esto se traduce en un clima de miedo, censura, mordaza y represión violenta a quienes expresan su inconformidad con el régimen. Además, a un robo abierto y flagrante de las últimas elecciones presidenciales, consideradas por países democráticos como una “farsa” por el número de candidatos opositores apresados.
En Nicaragua la pluralidad de voces es un tema del pasado. Los medios críticos están siendo cerrados poco a poco, las organizaciones de sociedad civil están siendo criminalizadas y los periodistas o activistas deben huir, so pena de terminar en una celda como presos políticos.
Daniel Ortega, quien escaló como revolucionario contra una dictadura, ahora encabeza un régimen igual o peor al que alguna vez combatió. Con la brutalidad de un tirano y sangre en sus manos.
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Y si bien su gobierno es el más violento del istmo, no es el único que muestra prácticas autoritarias. Algunos de sus vecinos parecen asemejar lo que el sandinismo ha profesionalizado: un sistema diseñado para castigar el disenso y proteger en la cima del poder a quienes han secuestrado Nicaragua.