El caso de este joven ilustra lo que viven miles de jóvenes salvadoreños a diario, el temor de ser asesinados. Los jóvenes, sobre todo los adolescentes, tiene que conocer bien el territorio urbano para movilizarse en la ciudad. Entrar en el territorio de una pandilla u otra, puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.
“Lo que se vive en las calles no ha cambiado prácticamente nada”, es lo que dice Javier (nombre ficticio para proteger su identidad), un joven que aparenta ser mayor que a su edad. Su pantalón limpio y camisa formal no encajan con sus zapatos que parecen que se han usado para trabajar en una construcción. Trata de vestirse de tal forma para no llamar la atención, aunque su estrategia de auto protección no le funcionó en dos ocasiones.
Javier fue vapuleado por pandilleros en la colonia Montes de San Bartolo 5, Soyapango, por entrar a la urbanización a una para la cual hay que pedir permiso previamente. Regresaba de trabajar de madrugada y lo interceptaron para interrogarlo. ¿De dónde venía?, ¿dónde trabajaba?, ¿por qué venía a esta hora?, ¿quién era y hace cuánto tiempo vivía ahí?, fue el bombardeo de preguntas que le hicieron. Como Javier no contestaba lo que ellos querían escuchar, comenzaron a darle una golpiza ejemplarizante.
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“Recuerdo que me tiraron al suelo boca abajo. Extendieron un periódico y me lo tiraron en la cabeza. Creo que lo hicieron porque no querían que mi sangre les salpicara su ropa mientras me pegaban. No me resistí a que me agarraran, porque si lo hacía me iban a disparar. De repente solo dijeron “ahí dejémoslo” y se fueron”, relata Javier. Días después tuvo que huir de la colonia por miedo a que lo mataran. Su cuerpo quedó marcado por la paliza que le propinaron.
Comenzó de nuevo su vida en la colonia Santísima Trinidad, Ayutuxtepeque, pero ahí se encontró, de nuevo, con los pandilleros que son los mandamases del lugar. Una tarde caminaba por uno de los pasajes y vio a un grupo de jóvenes. El error que cometió fue verles el rostro, porque en la Santísima a los pandilleros no se les mira a los ojos y mucho menos si uno no es bien conocido. Lo obligaron a que los llevara a su casa. Estando ahí lo desvistieron, revisaron su vivienda, su teléfono y lo interrogaron por unos minutos. Querían asegurarse que Javier no fuera policía porque, según su código, solo los policías miran a los pandilleros a la cara para grabar sus rostros y luego capturarlos. Le pidieron el DUI.
“Yo tenía una dirección que no era la de la Santísima. Uno de ellos llamó por teléfono, me imagino que algún líder de la colonia que aparecía en el documento. Le hicieron un par de preguntas. Seguramente pasó poco tiempo, pero para mí fueron los minutos más largos de mi vida”. Al finalizar el interrogatorio le advirtieron que si se iba de la colonia, que se atuviera a las consecuencias.
Para Javier no es fácil recordar estas desventuras. “Supuse que podrían matarme, y yo me dije, sí hoy es, ni modo”, concluye.