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Ana lucha por encontrar a su hijo desaparecido en 2011

Ana Elizondo dice que no dejará de buscar a su hijo mientras ella tenga vida.

Por Lissette Lemus | Oct 30, 2022- 22:30

Ana Elizondo se ha convertido en un auténtico símbolo de aquellas madres que buscan a sus hijos desaparecidos en El Salvador, frente a un Estado que ha sido señalado, en numerosas ocasiones, de mostrar desinterés por encontrar al menos los restos de las personas desaparecidas para que sus familiares puedan brindarles una sepultura digna.

Ana ha luchado por obtener información, que la lleve al paradero de su hijo, durante los gobiernos de los tres últimos presidentes, incluyendo el actual, sin tener una respuesta de las autoridades de seguridad durante once años.

La madre de Josué Eleazar Elizondo recuerda la angustia y la desesperación, tras la desaparición de su hijo, hecho que ocurrió el 4 de junio de 2011.

Ana relata que en los días en que desapareció su hijo, las autoridades no recibían una denuncia de desaparición antes de pasadas las primeras 24 horas del hecho, por lo que al llegar a la delegación de Santa Ana, la mañana siguiente a no saber el paradero de su hijo, la policía no quiso tomar la denuncia.

La madre insistió, entre lágrimas, que su hijo nunca se había quedado fuera de casa y que, si esa noche no había regresado, es porque algo le había pasado, pero sus palabras y su llanto no fueron suficientes para convencer a los agentes para que le tomaran la denuncia en ese momento.

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“Señora, ahorita usted es la que lo tiene que buscar, vaya al hospital por si tuvo un accidente. Quizás alguien lo sedujo, él estará bien feliz y usted aquí preocupada”, fueron las primeras palabras que recibió Ana, como respuesta de las autoridades.

Una respuesta que marcaba el abandono que sufriría, como madre de un desaparecido, en los siguientes años.

Sin respuesta

Cuando desapareció, Josué era un joven de 14 años, bastante tímido, según lo describe su madre. Trabajaba con un tío vendiendo pan, pero el día de su desaparición, un hombre mayor, que supuestamente era su amigo, “le prometió presentarle una cipota para ver si le gustaba como novia”, recuerda su madre. Desde entonces, ella no se sabe nada de su paradero. Uno de los primeros rumores, que llegó a la familia, fue que el joven había sido raptado por un grupo de pandilleros. “Yo estaba como loca, no dormía, ni comía”, describe la madre de Josué.

La Policía recibió la denuncia de Ana hasta pasadas las 24 horas de la desaparición. Tres días después, la Fiscalía autorizó a un investigador para hacer las diligencias de investigación. “En todo eso, los muchachos hacen con ellos lo que quieren”, dice con resignación la madre.

Ana recuerda que, en los días y meses siguientes a la desaparición, salió todos los días a buscarlo. “A veces iba en el bus y de repente veía muchachos parecidos a él, yo me bajaba para convencerme que no era.”, relata.

Pasados seis meses, Ana tuvo una leve esperanza de llegar al paradero de su hijo, cuando las autoridades encontraron unos cuerpos dentro de un pozo en la colonia Monge de Santa Ana, zona donde se rumoraba que pandilleros habían raptado a Josué.

Las autoridades llamaron a Ana para tomarle muestras y someterlas a prueba de ADN, pero fue hasta siete meses después que le confirmaron que los restos de su hijo no estaban entre los encontrados.

Familiares son víctimas

Los familiares de las personas desaparecidas no sólo se enfrentan al abandono del Estado, también a situaciones en la que individuos inescrupulosos se aprovechan de su dolor y simulan saber en dónde está su familiar para extorsionarlos, a cambio de “información”.

Ana relata cómo un vecino de su hermana se le acercó, a la tía del joven desaparecido, y le pidió dinero en varias ocasiones para conseguir ciertos “datos”, que supuestamente llevarían a la familia al paradero de Josué. Esto terminó en un intento de extorsión, en el que le exigían $4,000 a los parientes a cambio de no desaparecer a otros integrantes de la familia.

Tras la exigencia de dinero, el tío de Josué hizo un préstamo en el banco pero, a última hora, decidieron poner la denuncia ante las autoridades. Sin embargo, la entrega controlada que se realizaría, por parte de la Policía, no se llevó a cabo, porque los extorsionistas sospecharon que ya habían denunciado. Debido a la operación policial fallida, la familia tuvo que desplazarse de manera forzosa de su lugar de residencia.

La angustia por encontrar a Josué también provocó que una de sus tías sufriera un accidente de tránsito cuando se dirigía hacia un lugar en donde supuestamente habían visto al joven. La información fue recibida de una llamada “anónima”. Ahora ellos concluyen que fue realizada por una persona mal intencionada pero, en ese momento, los parientes solo pensaban que era una posibilidad de encontrar a Josué.

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Han pasado 11 años desde que Josué fue desaparecido, pero Ana sigue viajando a la Fiscalía General de la República, con la fe que un día tendrá una respuesta, explica que le han cambiado fiscales varias veces, algunos han sido amables y otros le han dicho que deje de llegar a preguntar, que cuando sepan algo le van a avisar.

Ana dice que no se dará por vencida hasta encontrar los restos de su hijo. “A uno, la vida le cambia por completo, porque esto afecta a toda la familia”, dice.

La madre de Josué viaja varias veces a la semana, desde el occidente del país, hasta la Universidad de El Salvador, para acompañar a su hija que viene a estudiar, teme que le pueda pasar algo.

“Como madre, llevo la carga de todo, desde que Josué desapareció. En los primeros días, mis otros hijos lloraban y me preguntaban llorando si sabía algo, cuando regresaba de buscarlo. Yo lloraba pero también tenía que consolarlos”, dice con gran resignación.

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