“El investigador me dijo que mi hijo ya estaba muerto”. Con estas palabras, María Elisa Rauda resumió el trato que recibió en la Policía cuando, en el término de 24 horas, fue a denunciar la desaparición de su hijo Óscar Arévalo, cuyo paradero desconoce desde el 7 de enero.
Ella fue una de las madres de desaparecidos que ayer lanzaron el “Bloque de Búsqueda de Personas Desaparecidas en El Salvador”, integrado por familiares, amigos y personas solidarias con quienes sufren las consecuencias de este flagelo.
Antes que el testimonio de Rauda, se escuchó la denuncia de Ana Miriam Elizondo, cuyo hijo Josué, desapareció el 4 de junio de 2011, a la edad de 14 años.
Ella recordó que buscar a los desaparecidos es una responsabilidad de las autoridades. Junto a Rauda y Elizondo estaba Santiago Quezada, primo de Cristian Quezada, desaparecido el 10 de enero en San Martín. Ahí, intentando pasar desapercibida, estaba la mamá de Joshua Natanael Romero Chafoya, de 17 años, desaparecido el 11 de septiembre del año pasado. Detrás de la mesa donde se leyó el comunicado, estaba María Salvadora Puro, madre de Víctor Omar Franco Puro, de 22 años, desaparecido en el Paseo El Carmen de Santa Tecla el 16 de octubre.
Al grupo se unió Eneida Nadine Abarca, quien se presentó diciendo: “Mi hijo es el primer desaparecido de este año”. Se refiere a Carlos Ernesto Santos, de 22 años. Un joven que salió a correr el 1 de enero y ya no volvió a su casa en la colonia Monserrat, ubicada frente a la sede de la PNC en esa colonia.
Las familias de estos y otros desaparecidos se han unido en el “Bloque de Búsqueda de Personas Desaparecidas en El Salvador” para pedir al Gobierno que cumpla con la responsabilidad de buscar a sus hijos e hijas y para que, a través de la Fiscalía, la PNC y el Instituto de Medicina Legal, les proporcione información sobre cada uno de sus casos, pero también sobre los cuerpos encontrados recientemente en la fosa clandestina en una finca de Nuevo Cuscatlán.
“Las acciones de búsqueda so n responsabilidad de las autoridades, quienes deben emprenderlas de manera pronta con el fin de encontrar con vida a las personas desaparecidas y sancionar a los responsables”, leyó Elizondo en nombre del Bloque de Búsqueda.
“La existencia de un solo caso de desaparición es inaceptable”, recordó Santiago Quezada.
Cifras sesgadas
Sobre el número de desaparecidos que maneja la Fiscalía General de la República, la Jefa Estado de Derecho y Seguridad de Cristosal, Zaira Navas, detalló que según información obtenida a través de una solicitud de acceso a la información pública, se conoció que la FGR tiene en sus registros 1,191 denuncias por desaparición de persona para el año 2021. No obstante, de ese total, la Fiscalía ha clasificado 832 casos como “ausencia voluntaria” y 359 como “desaparecidos”. Navas considera que esto es “un irrespeto a las familias de los desaparecidos”.
Además, llama su atención que entre los casos de “ausencia voluntaria”, 16 corresponden a hombres muertos, según la información entregada por la FGR a Cristosal. “¿Cómo una persona se va a ausentar voluntariamente y va a haber fallecido?”.
Otra duda de Navas respecto a las cifras que maneja la Fiscalía es que ya en octubre, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la Fiscalía habló de 1,191 desaparecidos hasta esa fecha. “¿No hubo desaparecidos en diciembre?”, se pregunta Navas.
Sin embargo, en la página de Ángel Desaparecido, administrada por la FGR, se reportó la desaparición de al menos 6 menores de edad entre noviembre y diciembre.
Dolor de madre
“Me dolió cuando un policía me dijo que ya no buscara a mi hijo”, reiteró María Elisa Rauda de Arévalo, para quien el calendario ya solo marca el número de días que su hijo lleva desparecido. Ayer ya eran 40.
“El investigador me dijo que mi hijo ya estaba muerto y que me saliera de ese lugar donde estaba viviendo”, explica Rauda de Arévalo.
“Tengo fe que a mi hijo lo voy a encontrar, vivo o muerto”, dice antes de no poder contener el llanto. “Yo le pido a Dios por esa persona”, dice en referencia a quien sea que se haya llevado a su hijo.
Lo que ella quiere es tener un sitio donde poder decir “aquí está mi hijo enterrado”. Quizá así, la angustia que ella y miles de madres viven tenga fin.