A María Ernestina Chicas no le acompañó una carroza fúnebre, tampoco su ataúd iba custodiado ni por la policía ni por personal de Salud en trajes blancos de bioseguridad, pero sí de sus vecinos quienes estuvieron atentos de ayudarla durante sus últimos años de su larga vida.
María tenía 94 años y residía en la comunidad Cristo Redentor de San Salvador, un asentamiento marginal que recibe su nombre por ser vecino de la parroquia Cristo Redentor que está sobre el paseo General Escalón.
Vivía solo con su hija Ana del Carmen Efigenio, de 69 años, que tiene discapacidad mental por la cual no puede valerse por sí misma y María se encargaba de ella. A María ya no le respondían sus piernas y era prácticamente ciega.
No salía de su casa y tenía que movilizarse en silla ruedas y aun así intentaba de seguir cuidando a su hija. Los vecinos velaban por ambas mujeres para que no pasaran penurias.
Te puede interesar: Joven de entre 20 y 30 años murió por covid-19 en las últimas horas, gobierno reportó cinco decesos más
En el sector de la comunidad de la casa de María viven 32 familias y ella y su hija eran las de mayor edad de todos los habitantes.
Como una medida de protección para que no se infectaran del coronavirus, los vecinos cercanos habían colocado, al lado de la puerta de entrada de su casa, un rótulo que pedía que las visitas solo entraran con mascarilla, pero fue vano.
Yolanda del Carmen Hernández, una de las vecinas, relata que María amaneció con dolor de cabeza el domingo 23 de enero. Para el lunes 24 se le había subido la temperatura. Yolanda advirtió a los demás y llamaron al personal de salud para que la atendieran.
Fue trasladada en ambulancia al hospital Zacamil, pero ahí no la recibieron por falta de camas. Luego la llevaron hospital Saldaña, especializado en enfermedades respiratorias, donde tampoco quisieron ingresarla por la cantidad de pacientes con covid-19 acumulados en ese lugar, por lo cual se la llevaron al Hospital El Salvador donde permaneció hasta el lunes 31 de enero, día en que murió.
“Nos avisaron del hospital que tenían malas noticias, que la paciente había fallecido y no nos dijeron mayor cosa, solo que teníamos hasta las cuatro de la tarde para ir a recoger el cadáver.
Nos sorprende porque no nos dicen si murió de covid, sino de una neumonía viral y de hipertensión, eso es el diagnóstico que nos dieron”, expresó Yolanda.
Ese mismo día, a las tres de la tarde, José Demetrio López, presidente de la comunidad, llegó al portón 6 del hospital
El Salvador con su pick up rojo, sin contratar los servicios de una funeraria, sin traje de bioseguridad, solo con su carro con baranda para retirar el cuerpo de la morgue. Esta fue la segunda ocasión que ingresa al hospital por el mismo motivo; en 2020 acompaño a una pareja de la Cristo Redentor que también perdió un familiar durante esta pandemia.
Por los nuevos lineamientos del Ministerio de Salud, que cambiaron las restricciones innecesarias en los protocolos para las pompas fúnebres, María fue velada en la casa comunal, pero con la incertidumbre de que es lo que la mató.
El ataúd les fue entregado recubierto con plástico y sellado y para tener un poco de seguridad extra, Demetrio y un ayudante forraron el ataúd con una capa extra del mismo plástico, del que viene en rollo y que antes de la pandemia se utilizaba en las cocinas para proteger alimentos. “Hubiéramos querido que el hospital nos dijera de que murió.
Pero el cadáver se nos dio y ahí la tenemos”, afirmó Rivera.
El 1 de febrero fue enterrada en el cementerio La Bermeja de San Salvador, en el área de covid-19. La despidió una docena de amigos y miembros de la comunidad que la cuidaron en vida y que ahora aseguran que seguirán a cargo de cuidar a su hija Ana del Carmen hasta que algún pariente decida responsabilizarse por ella.
La vida de María en la comunidad
Hace décadas, María vivía en una comunidad precaria en una quebrada de la colonia Campestre, hasta Mario Valiente, exalcalde de San Salvador (1994-1997), dio autorización para trasladar a las familias al terreno municipal que ahora es la comunidad Cristo Redentor.
Cada familia recibió algo de dinero para que iniciaran la construcción de su casa en dicho terreno. La mayoría las hizo con bloques de concreto y las paredes internas con tablas de plywood o láminas de acero.
Hasta la fecha nadie tiene escrituras de los terrenos. Hay un proceso abierto, pero hasta el momento las autoridades municipales no les han dado una resolución que asegure que en el lugar donde habitan les pertenece.
“Cada junta directiva que pasa ha hecho ese movimiento, pero nunca nos han legalizado, esa es nuestra lucha, ser dueños de nuestras casas”, nos comentó Yolanda.
Según recuerdan los vecinos, María nunca logró obtener un empleo formal y se dedicó a vender a la orilla de la calle, en la entrada de la comunidad. Vendía de todo, pedacitos de queso, dulces, ganchos, colas entre otras cosas. Sí se ganaba la vida, y la de su hija también, hasta que la artrosis ya no la dejó caminar.
Ya no salía de su casa. Pasaba el día sentada en su silla de ruedas, en el pasaje a la par de la entrada, saludando e invitando a pasar a tomar café a cada vecino que la saludaba.
Al no poder trabajar, la caridad de la comunidad y de las amistades que se ganó a lo largo de su vida por su dulce carácter, le ayudaban con víveres. Iglesias, vecinos, conocidos, le donaban dinero y víveres para que ella y su hija.
Una semana antes de su deceso, un equipo de reporteros de un noticiero de televisión nacional realizó un reportaje sobre la situación de María y su hija para solicitar ayuda a los buenos samaritanos.
La ayuda llegó, pero María se enfermó. El dinero de las donaciones que llegaron por el reportaje televisivo sirvieron para comprar flores, candelas, pan dulce y café para la vela.