Samuel Márquez es el más joven de los tatas de Cacaopera y quizá del país. Un tata es un líder espiritual en medio de una comunidad de origen indígena. A él acuden los kakawiras en busca de consejo. Fue así, como, con apenas 29 años, Samuel Márquez ayudó y dio consejo a quienes se lo pedían en medio de la pandemia; y cuando la vacuna anticovid ya estuvo disponible, respondió “considérelo”, cada vez que alguien llegó a preguntarle: “¿Me la pongo o no me la pongo?”.
Samuel explica que es tata “por herencia”. Su bisabuela paterna era partera. Su tatarabuela, su bisabuela y su abuela maternas eran médicas tradicionales y parteras también. Como heredero de esas mujeres, el tata Samuel se considera guardián de las tradiciones y del conocimiento de su pueblo.
Además de sus abuelas, el más joven de los tatas tuvo como maestro al tata Miguel Ángel Amaya Amaya, autor del libro “Historia de Cacaopera” y quien falleció a los 62 años de edad en 2015. El Diario de Hoy conversó con el tata Samuel sobre la pandemia, sobre la vacuna anticovid y sobre la atención médica que han recibido y recibe la población indígena.
En Cacaopera, explica Samuel, la mayoría de la población reconoce kakawira. El municipio cuenta con una ordenanza indígena desde 2019, la octava formulada en El Salvador, y que fue fruto “no del trabajo de escritorio”, sino de 14 consultas con las comunidades. En esas consultas, fue donde Samuel escuchó decir a las mujeres: “Queremos ir a la unidad de salud, pero no queremos.
Tenemos miedo de ir a pasar consulta porque cuando llegamos a la unidad de salud y lo primero que nos dicen es que planifiquemos y nos quieren poner la vacuna y a veces nos ponen la inyección de planificación”. Fue así como en el artículo 27 de la ordenanza se estableció: “La municipalidad, en coordinación con el Ministerio de Salud y demás instituciones públicas o privadas, nacionales e internacionales relacionadas al tema, desarrollará bajo el principio de respeto e interculturalidad una política de salud física y mental, integrando al sistema agentes de salud tradicional, curanderos, parteras, sobadores de niños, sobadores de huesos, kakawira”.
Samuel asegura que hubo mujeres que, ordenanza en mano, fueron a la unidad de salud y dijeron: “Yo no quiero planificar, porque yo me voy a cuidar de no salir embarazada sin ninguna vacuna”. La ordenanza, según el tata Samuel, propició que la atención médica que reciben los kakawiras sea mejor que hace algunos años.
“La atención de salud ha cambiado, porque se ha ido luchando por que la población tenga sus derechos”, afirma. Samuel asegura que la población indígena “era relegada, era discriminada y rechazada”. Él recuerda que su mamá lo llevaba a controles y fue así como recibió todas las vacunas disponibles en el sistema público.
Para llegar a la unidad de salud, su madre y otras mujeres caminaban un largo trecho de veredas y caminos polvosos. “Me acuerdo que había una enfermera que les decía ‘indias jucas, báñense, aséense, péinense, no les da pena venir todas hediondas’, así trataban a la población indígena”. Esa discrimación ya no se da, según Samuel, gracias no solo a haber alzado la voz y no solo a la ordenanza, sino también a que, desde 2018, El Salvador cuenta con una Política Nacional de Salud de Pueblos Indígenas.
“El problema es que en el país se hacen leyes y no se divulgan”, considera. Esa política también fue fruto de consultas con las comunidades indígenas y sus líderes en todo el país. El tata afirma: “Hoy ir a la unidad de salud es diferente, ya hay un trato más humano. Ya hay una atención, digamos, más de calidad; aunque falta mucho por hacer”.
Lo que falta, según él, es mejorar la atención y el acompañamiento a los adultos mayores. En Cacaopera, como en otros municipios, hay caseríos muy remotos. “Hágase la idea de que se caminan cuatro horas para salirle a un bus. Un adulto mayor ya no aguanta salir cuatro horas de allá para venir y todavía viajar casi 45 minutos en bus para recibir atención médica.
Todavía hay mucho que hacer en salud, porque se necesita que los adultos mayores tengan una atención especializada”, dice, para agregar que muchos ancianos tienen desnutrición debido al abandono en el que viven. En septiembre de 2021, brigadas médicas recorrieron Cacaopera para vacunar contra el covid a la población.
“Entonces pasaron de parte de la Unidad de Salud, casi a la mayoría de adultos mayores del área urbana las pasaron vacunando por las casas”, recuerda Samuel. Él y su madre recibieron dos dosis anticovid. La dosis de refuerzo, no. “De mi parte como líder de la comunidad yo siempre, a pesar de nuestras creencias y a pesar de nuestra forma de ver la vida, yo soy de la nueva ola, uno debe poner en la balanza, el beneficio común”, explica.
Él reconoce que “la vida es una escuela” y que “como comunidad y como pueblo kakawira nos debemos acoplar a los tiempos y debemos ver la vida de una forma, no abandonando nuestra espiritualidad y nuestras creencias ni nuestras costumbres, pero sí viendo la vida con realidad, no con ficción”. Cuando alguien lo visita para consultarle si se vacuna o no, él responde: “Mire, la vacuna es como toda vacuna que usted se ha puesto y no le ha dado miedo. Porque a nadie le ha dado miedo y se ha puesto la del sarampión, se ha puesto la de poliomielitis, se puso todas las vacunas habidas y por haber que le pusieron de niño.
Hoy igual, la del covid”. Además de la vacuna, el tata Samuel considera que en Cacaopera han tenido otra ventaja contra la covid: “Mucha gente del pueblo kakawira no está acostumbrada a darse besos ni a darse la mano al saludarse”.