Según el Índice de Democracia 2022, El Salvador forma parte de los regímenes híbridos. Estos son 36 a nivel mundial y 12 en las Américas.
En estos regímenes híbridos, de los cuales El Salvador forma parte según el Índice de Democracia, hay elecciones con regularidad, pero esto no refleja necesariamente una democracia saludable. Por el contrario, añade la revista, “los comicios suelen tener irregularidades que evitan que sean libres y justos”.
En el caso salvadoreño, a un año de las elecciones generales, el proceso sigue ensombrecido por una circunstancia anómala y violatoria de la Constitución: la posible inscripción del presidente Nayib Bukele como candidato, pese a que la ley máxima lo prohíbe. Además, hay cuestionamientos serios a la modalidad de voto electrónico aprobada, la cual podría abrir la puerta a vulneraciones de la integridad electoral.
Más allá de lo electoral, en este tipo de regímenes, añade The Economist, suele haber presiones del gobierno a partidos opositores y sus candidatos. Además, hay carencias en cultura política, funcionamiento de gobierno y participación política.
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Asimismo, añade que la corrupción tiende a expandirse y el Estado de derecho es débil. La sociedad civil, por su parte, se muestra debilitada y “típicamente hay acoso y presión a los periodistas; y el judicial no suele ser independiente”.
Tras una captura casi completa del aparato judicial, años de acoso y amenazas a los periodistas, y debilitamiento del espacio cívico y el goce de libertades fundamentales, El Salvador cumple casi a cabalidad la descripción del Índice de Democracia sobre un régimen híbrido.
El autoritarismo convive con los pocos y debilitados elementos democráticos y el costo de disentir o cuestionar al oficialismo crece. Evidencia de esto es que hay más de una decena de periodistas que han debido abandonar el país, así como la amenaza de procedimientos judiciales a críticos del régimen. Y, más recientemente, la aprobación de una mordaza que castiga con cárcel a quienes publiquen información sobre el fenómeno de pandillas.
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Más allá del índice
La democracia en El Salvador se encuentra en un notorio retroceso. Más allá de las mediciones internacionales, esto se evidencia en la consolidación de poder en torno a una persona y en la transformación de instituciones del Estado, cuya misión original era servir de contrapeso al Ejecutivo y hoy simplemente tramitan lo que se ordena desde Casa Presidencial.
El retroceso también se evidencia en el goce de libertades elementales para los ciudadanos. Entre estas, las de expresión sin que haya consecuencias, acoso o persecución; la de prensa, que incluye el hacer periodismo sin limitaciones más allá de la ley o amenazas; de acceso a la información, que permite conocer cómo se gasta cada centavo de los contribuyentes; y de libre asociación y reunión para fines pacíficos.
En El Salvador, es cada vez más costoso y peligroso el organizarse, criticar la gestión pública o hacer preguntas que incomoden al poder.
Como advierte The Economist, de seguir este franco retroceso, El Salvador podría colocarse muy pronto en la lista de los Estados autoritarios, una deshonrosa categoría reservada para las peores dictaduras del mundo, para líderes sanguinarios como Vladimir Putin, para estados a punto del colapso como la República Democrática del Congo, totalitarismos como Corea del Norte o regímenes fundamentalistas como el talibán en Afganistán.