Frank Rubio, el astronauta de origen salvadoreño que no solo completó con éxito una misión oficial dirigida por la NASA, sino que también hizo realidad y participe de un sueño a miles de compatriotas que día a día siguieron de cerca cada uno de sus movimientos, celebrando sus triunfos.
Rubio nació en Los Ángeles, California, al ser hijo de padres salvadoreños vivió sus primeros años en el departamento de La Unión, pero tiempo después su familia se radicó en Miami.
Su primera lenga es el español, heredado como lengua materna.
Actualmente Rubio tiene 47 años, regresó a la tierra tras culminar su primera misión espacial a bordo de la Soyuz MS-23, una expedición que enfrentó problemas técnicos y se extendió a 371 días.
Bajo el cargo ingeniero de vuelo 2, Rubio se encuentra en tierra, pero podrá reunirse con su familia hasta completar una cuarentena preventiva para revisar su salud.
Aunque la mayor parte de su vida ha estado en el extranjero, este proyecto le dio gran reconocimiento entre los salvadoreños a quienes se ha mostrado más cercano durante su viaje. Razones por las cuales creemos que Frank Rubio tiene corazón salvadoreño:
- Exactamente durante el 2º día de viaje el astronauta relató con emoción como había podido observar El Salvador desde la ventanilla de su nave.
- Para las fiestas de navidad y fin de año, el astronauta dedicó unos minutos para grabar un video enviando un mensaje de cariño a toda la comunidad hispana que tenía meses a la expectativa.
- Solo unos minutos después de su arribó a tierra se confirmó que el astronauta tiene planes de visitar El Salvador a finales de año acompañado de toda su familia.
Carrera militar
Rubio se graduó de la academia militar de West Point, en Nueva York, fue un piloto de helicópteros Blackhawk y voló más de 1,100 horas, entre las cuales prestó servicio de combate en Bosnia, Afganistán e Irak.
Con está formación ingresó a la carrera en medicina, antes de unirse al viaje de la NASA estaba trabajando como médico para pilotos en Colorado.
Previo a esta misión el hispano pasó más de dos años entrenando primero como pilotando jets supersónicos T-38 y metiéndose en máquinas centrífugas rusas y estadounidenses que simulan aceleraciones y lo acostumbran a las fuerzas que experimentará en el despegue.