Hace 106 años, el macizo volcánico de San Salvador hizo su última erupción histórica. Apenas ha transcurrido un tiempo brevísimo en términos geológicos, pero la San Salvador de ahora alberga a casi dos millones de habitantes, muy lejos de aquellas 100,000 personas que la moraban en 1917.
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A las 18:55, 19:30 y 20:45 horas del jueves 7 de junio de 1917, día de Corpus Christi en el santoral católico, tres grandes terremotos de origen volcánico destruyeron a San Salvador y a otras localidades como Mejicanos, Apopa, Nejapa, Quezaltepeque, Suchitoto, San Juan Opico, El Paisnal, Santa Tecla, Armenia, San Julián, Sacacoyo, Tepecoyo, Ateos, Caluco y San Vicente.
Calculados posteriormente con magnitudes de 6.7 y 5.4 grados Richter e intensidades máximas de VIII grados Mercalli, esos fenómenos terráqueos culminaron con la erupción de magma por las fisuras del Pinar y de Los chintos, ambas localizadas en la ladera norte del edificio volcánico del Boquerón, en el complejo volcánico de San Salvador, compuesto por 25 estructuras.
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Esos cálculos no están basados en información directa, obtenida el mismo día de los sucesos sismo-eruptivos, pues la fuerza de la naturaleza destruyó los péndulos horizontales Omori-Bosch del único sismógrafo Vicentini que poseía el Observatorio Sismológico de El Salvador. Once años después, en agosto de 1928, los daños en el aparato seguían sin ser reparados.
El escritor y viajero colombiano Porfirio Barba-Jacob (1883-1942, quien por entonces usaba el alias Ricardo Arenales) estaba alojado en el Hospital Rosales y escribió su testimonio novelado El terremoto de San Salvador, el cual difundió primero mediante las páginas del Diario del Salvador, de Román Mayorga Rivas, empresa en la que aquel oriundo de la localidad colombiana de Santa María de Osos trabajaba como redactor.
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Pocos meses más tarde, aquellas entregas se transformaron en un libro, publicado en el taller tipográfico de ese mismo medio impreso salvadoreño.
Después, se han hecho varias reediciones de ese texto, entre ellas El terremoto de San Salvador. Corpus Christi-junio 7 de 1917, San Salvador, Departamento Editorial-Ministerio de Cultura y Dirección de Publicaciones e Impresos-CONCULTURA, 1961 y 1997 (segunda y cuarta ediciones) y El terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente, Santafé de Bogotá-San Salvador, Villegas Editores-El Diario de Hoy, 2001 (sexta edición).
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Con pérdidas humanas calculadas en 1,050 personas, a las que se une una cantidad indeterminada de heridos, los daños materiales evidenciaron que de las 9000 casas componentes de la ciudad capital, solo 200 quedaron intactas.
Muchas edificaciones fueron consumidas por incendios originados en las farmacias y boticas cercanas, los que no pudieron ser controlados por la destrucción total del suministro de agua. “7 de junio, noche fatal, bailó este tango la capital…”.
De los edificios gubernamentales, no sufrieron daños el Palacio y Teatro Nacionales, aunque sí resultaron arruinadas la Escuela de Medicina, la Escuela Normal de Maestros (aún en construcción, después Casa Presidencial, en el barrio de San Jacinto), la Central de Correos y Telégrafos, el Hospicio de Huérfanos, la Catedral y demás templos católicos, la Universidad, la Escuela Politécnica, el Palacio del Tesoro, el Palacio Municipal, los mercados, la Imprenta Nacional, la Penitenciaría Central, la Casa Blanca o Palacio del Poder Ejecutivo, la Logia Masónica, la Residencia Presidencial, los cuarteles, el Manicomio, los bancos Salvadoreño, Occidental y Agrícola, los teatros Principal, Colón y Variedades, etc.
Además, la zona cafetalera del departamento de La Libertad fue destruida casi en su totalidad, junto con una buena parte de las vías del ferrocarril que la atravesaban, debido al magma lanzado por la erupción y que dio origen a la zona que después se denominó El Playón.
Los materiales eruptivos también formaron al cono conocido como Boqueroncito, al interior del cráter del Boquerón.
La noticia de la devastación circuló un par de días después en muchos periódicos de México, Estados Unidos y Europa. La ayuda internacional no se hizo esperar. El gobierno encabezado por el empresario Carlos Meléndez Ramírez hizo gestiones con casas comerciales extranjeras para importar maderas y láminas troqueladas desde California y así proceder a la reconstrucción de San Salvador, lo que le otorgó un dejo arquitectónico de San Francisco al centro capitalino.
Como agradecimiento por el apoyo internacional recibido, el gobierno salvadoreño ordenó la impresión en papel fotográfico de cientos de copias de un álbum especial, a las que empastó con piel. En ese compendio reunió las fotografías realizadas por varios de los más importantes artistas nacionales de las lentes y los bromuros, entre los que estaban Aníbal J. Salazar, Víctor Viaud, José Antonio Recinos y otros.