La mañana del jueves 23 de agosto de 1973, centenares de fieles católicos se sumaron a autoridades eclesiásticas y locales para llevar a cabo actos de reparación y desagravio frente a la catedral de San Vicente, en el departamento homónimo, tras registrarse un sacrilegio 12 días antes.
El rito se realizó desde un templete ubicado frente al templo católico que fue allanado por un grupo de delincuentes la madrugada del 11 de agosto.
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Luego de la profanación, las instalaciones de la iglesia fueron clausuradas por el obispo diocesano monseñor Pedro Arnoldo Aparicio y Quintanilla.
El decreto de excomunión y el cierre temporal fue comunicado a la población a través de los parlantes que funcionaban en el templo, a las 7:00 de la mañana el domingo 12 de agosto.
El Diario de Hoy publicó la noticia en la página 3 de la edición publicada el lunes 13, en la que se describen los hechos ocurridos al interior de la edificación religiosa.
En los actos de desagravio del jueves 23, los fieles se reunieron para participar en una misa concelebrada por los monseñores Gerolano Prigrioni, nuncio apostólico; Luis Chávez y González, arzobispo de San Salvador; Arturo Rivera y Damas, obispo auxiliar; Pedro Arnoldo Aparicio y Quintanilla, obispo de la diócesis de San Vicente; Antonio Cubías Contreras, vicario general de la diócesis; y Fernando Echeverría Vides, párroco del lugar.
Asimismo, la Eucaristía de reparación fue presenciado por una veintena de religiosos y una delegación especial de la Presidencia de la República, integrada por el jefe del Estado Mayor coronel Luis Ernesto Martínez, mayor Israel A. Benavidez, teniente José Armando Azmitia y el ministro de Educación doctor Rogelio Sánchez.
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Luego que militares, religiosos y fieles asistentes le rendieron honores a Jesús Sacramentado, el nuncio apostólico realizó el ingreso del Santísimo a la catedral.
El sacrilegio del 11 de agosto fue descubierto por el sacristán a las 5:00 de la mañana. Según lo detallado por El Diario de Hoy, horas antes, un grupo de delincuentes penetraron el templo, después de destruir la verja del atrio y una de las ventanas del costado sur.
Pero los ladrones no se conformaron sólo con violar el sagrario y robar el expositorio, dos anillos y 13 monedas (que se usaban para los matrimonios) y el dinero de la alcancía de la Divina Providencia.
Antes de marcharse, destruyeron la hostia consagrada de gran tamaño que se usaba para las exposiciones solemnes y la arrojaron al piso. En el suelo, quedaron huellas de varios pies descalzos.
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Al lugar, luego del descubrimiento del robo, llegaron representantes de la Policía Nacional para iniciar las investigaciones.
Tras el allanamiento de la catedral, además de que el obispo Aparicio y Quintanilla ordenó el cierre del templo también excomulgó a los criminales que cometieron el hecho, amparado en el Código de Derecho Canónico.