Hacia finales del siglo XIX, el espíritu nacionalista de diversos territorios latinoamericanos se publicitaba ante el mundo con una nueva imagen de estabilidad política y progreso. Gracias a la introducción del ferrocarril, los gobiernos de estas naciones emergentes se ofrecieron ante los ojos del orbe como los grandes proveedores de recursos naturales, con capacidad ilimitada de abastecerlo de materias primas, alimentos y nuevos productos.
Este despliegue de recursos ocupó grandes espacios en las ferias y exposiciones universales que se desarrollaron primero en las grandes metrópolis europeas, como Londres (1851) y París (1867), pero que rápidamente se convirtieron en un modelo adoptado en los Estados Unidos, hasta llegar a versiones regionales, como la Exposición Centroamericana, celebrada en la ciudad de Guatemala en 1897.
Las exposiciones universales se convirtieron en grandes espacios de intercambio comercial pero también de circulación del conocimiento, un tema que ha llamado la atención de los historiadores desde perspectivas tan amplias como la movilización de los recursos (colecciones), los espacios de difusión (pabellones y arquitectura nacional) así como espacios de socialización e intercambio. También dan cuenta de las tensiones entre Europa y el resto del mundo, las élites científicas y la visión colonial hacia el resto de los continentes.
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En bloque, los países latinoamericanos se presentaron como los grandes proveedores de recursos naturales novedosos e inagotables, capaces de abastecer al resto del mundo. Las exposiciones también pretendieron mostrar una imagen de estabilidad política y social del continente americano, luego de las pugnas que iniciaron los procesos de independencia de principios del siglo XIX. También promovieron a las nuevas naciones como una tierra abierta a la colonización y emigración europeas, exhibiendo su riqueza cultural a través de la arqueología, principalmente. Por otra parte, la atención mediática que tuvieron este tipo de eventos estimuló que se interesaran y sumaran más países: tan sólo entre la primera exposición celebrada en Londres en 1851 y la desarrollada en París en 1889, el número de expositores latinoamericanos ascendió a más de 35 y consolidó la imagen de los países del continente americano.
La República de El Salvador estuvo presente en gran parte de esos eventos internacionales. Luego del éxito de su participación en la Exposición de Chile en 1875, el país se preparó para participar en la Exposition universelle de París, que se desarrolló entre el 1 de mayo y el 10 de noviembre de 1878. Esa exposición universal —que centró sus esfuerzos en las áreas de Agricultura, Artes e Industria— pretendía mostrar el progreso alcanzado tras la aplastante derrota francesa durante la guerra franco-prusiana de 1870.
La exposición, instalada junto al río Sena, albergó a 36 países, con el imperio alemán como gran ausente. Más de 13 millones de personas disfrutaron de los pabellones dedicados a cada una de las naciones, los nuevos inventos técnicos (como el alumbrado público), los paseos en globo aerostático y un avance del obsequio que preparaba Francia para los Estados Unidos: la cabeza de la estatua de la Libertad. De la mano de los avances técnicos, la ciencia se convirtió en un estandarte para la paz mediante el trabajo y el progreso.
La participación de El Salvador fue gestionada por el enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en París, el intelectual colombiano Dr. José María Torres-Caicedo (1830-1889), quien tenía amplia experiencia en organizar otros eventos, como el Primer Congreso Internacional de Americanistas que se celebró en Nancy, Francia, en 1875. Para la Exposición de 1878, Torres Caicedo se encargó de presentar una Centroamérica unida, con naciones que tenían amplios y diversos recursos (sobre todo, naturales) que ofrecerle al mundo y capacidad para comprar e importar transferencias tecnológicas diversas.
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En colaboración con Joseph Laferrière, cónsul de El Salvador en París, en ese mismo año de 1878, el Dr. Torres Caicedo redactó y publicó en francés el cuaderno Noticia histórica y estadística de la República del Salvador. Exposición Universal de 1878, impreso en la capital francesa.
El cónsul Laferrière y su secretario adjunto entendieron que la exposición salvadoreña debía sintetizar los recursos naturales disponibles con los que contaba el país, así como sus perspectivas industriales. Esta idea impulsó un gran despliegue de recursos naturales que tuvieron un gran eco en la prensa de la época. El diario Le XIXe siécle parisino, en su edición del 19 de julio de 1878, afirmó que “El Salvador es el país más feliz del mundo. No tiene deuda externa, no tiene perspectiva de endeudamiento: sus productos naturales le bastan; allí se encuentra oro, allí se trabaja el hierro”. Los productos salvadoreños exhibidos mostraban una amplia y diversa variedad de recursos, desde la industria minera, maderas, colecciones ornitológicas, herbarios y cientos de plantas salvadoreñas, como el tabaco, bálsamo, resinas y gomas aromáticas. Como en anteriores exposiciones universales e internacionales, el café y el cacao salvadoreños ocuparon un lugar privilegiado en la exposición nacional, al mostrar su diversidad, calidades y las presentaciones varias en las que podían ser adquiridos.
Para la ocasión, el gobierno salvadoreño encargó la construcción de un pabellón especial, cuya fachada ostentaba estilo español del siglo XVI y las columnas que sostenían el friso eran una reproducción de las de la catedral de Comayagua, en Honduras. En las paredes colgaban escudos estatales y banderas salvadoreñas formadas por bandas alternas de azul, rojo y blanco (los de la enseña patria entre 1864 y 1912) con catorce estrellas plateadas, en representación de cada uno de los departamentos nacionales.
Ese pabellón nacional estaba albergado dentro del recinto destinado a la repúblicas centroamericanas, diseñado por el arquitecto parisino Alfred Lambert Vaudoyer Bulkley (1846-1917).
En el pabellón, un grabado de gran tamaño sentenciaba la importancia de todo un continente ante Francia: “Unión Latinoamericana, comercio anual de Francia con las repúblicas de América Latina: 800 millones de francos”. Unas cifras que revelaban los intereses de la región y llamaba la atención a la importancia del intercambio económico y comercial con Francia, así como el posicionamiento político distante de las nuevas repúblicas fuera del ámbito hispanoamericano liderado por España. Dos visiones colonialistas e imperiales en pugna.
En el pabellón salvadoreño coincidieron tanto la selección realizada por el propio gobierno como varias colecciones privadas, como la del propio Dr. Torres-Caicedo, el Dr. David Joaquín Guzmán Martorell (1843-1927) y los franceses Desirée y Eugène Pector y el Dr. Jeune, entre otros. Entre las numerosos colecciones privadas destacó la del cónsul Laferrière, quien presentó una amplia compilación de libros, como su De Paris à Guatemala. Notes de voyage au Centre-Amérique 1866-1875, una detallada obra que resumía el estado de la región centroamericana junto con sus impresiones de viaje. Laferrière también incluyó una pomologie salvadoreña, una representación en cera de los cincuenta frutos más distintivos del país. La pomología salvadoreña fue una novedad no sólo a nivel técnico (por la dificultad que exige el detalle de su creación), sino también por su labor con fines didácticos, al resolver el problema de transportar los frutos que por las condiciones de viaje y climáticas se arruinarían en las distintas rutas terrestres y marítimas que debían seguirse entre San Salvador y París.
Ese repertorio expuesto fue completado con una variada colección de historia natural, como poco más de 800 ejemplares de pájaros, algunos con sus nidos y sus huevos, que mostraban la diversidad y belleza de las aves salvadoreñas. A eso se unieron 6,000 mariposas, mamíferos, reptiles e insectos. Aquella fue una muestra muy significativa de recursos naturales que los diversos viajeros, en su mayoría europeos, habían adquirido en su tránsito por El Salvador durante diversos años.
Ese despliegue de recursos naturales exhibidos por la comitiva salvadoreña fue presentado desde un enfoque útil y productivo hacia las nuevas industrias. El país intentó mostrar que tenía el control de estos recurso ya que habían sido debidamente clasificados y exhibidos siguiendo las pautas de la ciencia europea. Siendo los recursos botánicos los más numerosos, fueron presentaos como útiles al uso ornamental, farmacéutico e industrial. La colección de orquídeas, por ejemplo, si bien no todas eran propias del suelo salvadoreño, fueron presentadas en gran número por su belleza y la capacidad de adaptación al suelo salvadoreño. Una oportunidad comercial para los extranjeros interesados en invertir en el país. Por su parte, el bálsamo fue detalladamente caracterizado en su historia natural, clasificación y técnicas de recolección, enfatizando también la importancia de intervenir en la conservación de dichos árboles así como perfeccionar los métodos para la recolección de su materia resinosa. El índigo o añil salvadoreño fue destacado por Guzmán Martorell por su calidad y su uso en las diferentes industrias ya que representaba uno de los principales productos agrícolas del país, según sus propias estimaciones. A su juicio, un cultivo beneficiado por la tierra volcánica salvadoreña, sin mayor exigencia de cuidado y que crecía “casi salvajemente” por todo el país.
Los informes científicos presentados para el bálsamo, el añil y casi todos los productos botánicos salvadoreños fueron desarrollados por el Dr. Guzmán Martorell, quien además de ser el comisario de la muestra salvadoreña, también se encargó del catálogo y clasificación de los objetos seleccionados para la exposición parisina. El naturalista salvadoreño había realizado sus estudios de medicina en Francia, por lo que mantuvo un continuo diálogo y estrecha colaboración con las principales sociedades científicas de la época, en especial las francesas.
La participación salvadoreña en la Exposición Universal de 1878 consolidó la capacidad del cuerpo diplomático de la pequeña república centroamericana para gestionar la clasificación, envío y exhibición de miles de objetos, colecciones y piezas arqueológicas a eventos de esa naturaleza. Una tarea que fue posible gracias a la estrechas relaciones diplomáticas entre las élites intelectuales salvadoreña y francesa, así como por la experiencia del naturalista Dr. David Joaquín Guzmán Martorell, quien no sólo había encabezado la representación salvadoreña en otras exposiciones y la de otras repúblicas centroamericanas, como Guatemala, Costa Rica y Nicaragua.
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El Dr. Guzmán Martorell también estaría encargado de posteriores representaciones, como la de 1889, donde El Salvador consolidó su imagen ante el mundo como un país con amplios recursos, principalmente botánicos. Esos materiales fueron la base para la redacción de los dos gruesos volúmenes de su magna obra Especies útiles de la flora salvadoreña médico-industrial (San Salvador, Imprenta Nacional, 1924). Un libro de 678 páginas que, por desgracia, fue publicado sin incluir ni una sola de las más de 500 ilustraciones botánicas (¿dibujos, acuarelas?) enlistadas por su autor en la editio prínceps y sus posteriores reediciones.