¿Qué motiva a un pequeño a apostar por la vida militar y ofrecer su vida para defender a la patria como parte de las Fuerzas Armadas?
En su libro “Memorias de un General. Conflicto Armado Interno 1980-1992”, Carlos Alfredo Soto Hernández, general de brigada retirado y miembro activo de la Academia de la Historia Militar de El Salvador, comparte en nueve capítulos su trayectoria militar, desde cómo su admiración por las filas castrenses surgió cuando niño en el contexto de la Guerra de la Legítima Defensa de 1969 hasta su experiencia como miembro del ejército durante la guerra civil salvadoreña.
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La idea de escribir su biografía se concreta en medio del confinamiento por covid-19, al quedar varado en Estados Unidos mientras visitaba a su madre. Desde el año 2014, el también profesional de la Administración de Empresas comenzó a escribir sus memorias, pero gracias al encierro obligatorio concluyó su cometido. En total ha dedicado seis años a compilar su vocación por la carrera militar.
En marzo de 2021, lanzó sus memorias en el Círculo Militar de San Salvador. Sin embargo, en 2022 también ha tenido la oportunidad de presentarlas en diferentes ciudades de la nación estadounidense.
Foto: Cortesía del autor
Hay que destacar que el libro incluye croquis de algunos de los combates entre el ejército y el FMLN, fotografías y una descripción bastante detallada de su período de formación en la Escuela Militar “Capitán General Gerardo Barrios”. Asimismo, revela un documento que fue desclasificado hace unos años por el gobierno de Estados Unidos: el informe del General de Brigada Alfred Woerner, quien hizo un diagnóstico de la Fuerza Armada para enfrentar a la insurgencia después de la fallida “ofensiva final” de 1981.
El informe Woerner, entre otras cosas, impulsó la creación de 25 batallones de infantería, incluyendo los 5 batallones de reacción inmediata que se desmovilizaron al final de la guerra.
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Soto Hernández respondió vía correo electrónico algunas preguntas sobre su libro y ciertas reflexiones sobre la memoria histórica, la violencia social y las posibles estrategias para prevenir otro conflicto civil.
¿Cuándo surge su deseo de escribir sus memorias y cuánto tiempo se llevó en ello?
Desde que me retiré del ejército en El Salvador, siempre mantuve interés por escribir mis vivencias durante mi carrera militar, y en especial contar mis experiencias de combate durante los 12 años que duró el conflicto interno salvadoreño, entre 1980 y 1992.
¿Cuál ha sido su objetivo principal?
Dar a conocer la cruda realidad del sufrimiento humano durante el conflicto armado interno en El Salvador, el dolor indecible que experimentó el pueblo salvadoreño durante ese proceso, y que sirva de ejemplo a las futuras generaciones para que no se vuelva a repetir. También me propongo honrar a los héroes militares que ofrendaron sus vidas en defensa de la patria y del sistema político democrático; dar a conocer a las nuevas y futuras generaciones toda esta historia. Como decía Santayana, “quien no conoce o lee su historia, está condenado a repetirla”.
¿De qué forma, desde su experiencia y su punto de vista personal, puede evitarse repetir esa historia?
La forma de cómo evitar que esto vuelva a suceder es haciendo que todas las instituciones del Gobierno respeten los Derechos Humanos de los ciudadanos, que la inteligencia militar funcione y sea capaz de investigar a los verdaderos delincuentes, de manera que no terminen pagando justos por pecadores. Muchos conflictos sociales se derivan de procesos de autoritarismo, en el que no se respeta la independencia de los órganos del Estado o se socava la libertad de expresión.
En lugar de eso, las autoridades deben hacer una planificación estratégica del combate a las pandillas, al narcotráfico y al crimen organizado, que inicie con la prevención a todo nivel, la rehabilitación, la integración social y que termine, por supuesto, en una instancia necesaria de represión, pero sin convertir este último instrumento en una meta en sí misma, sino en un proyecto de ejecución altamente sofisticado que vaya tras los liderazgos y las estructuras operativas.
¿Cuál es la mejor forma de contrarrestar la violencia social sin llegar a la represión?
A mi juicio, se debe priorizar en un diálogo intersectorial permanente entre las entidades que velan por la seguridad, incluyendo primordialmente a aquellas que se involucran en la realidad cotidiana de los jóvenes. Ahí deben participar las instituciones del Estado, pero también muchas organizaciones de la sociedad civil involucradas en prevenir la violencia juvenil.
Los niños y los jóvenes deben estar ocupados la mayor parte del tiempo. La primera educación es en la casa de sus padres, por supuesto, pero cuando pasan a una comunidad educativa su formación integral debe continuar, incluyendo una perspectiva de enseñanza con claros principios morales y cívicos. Opciones como el deporte, la práctica de la música o alguna otra expresión artística, ofrecen al niño y al joven una oportunidad única para ampliar su mundo. Lo mismo cabe decir del aprendizaje de un idioma distinto al materno, la asistencia a una iglesia, la pertenencia a un grupo de asistencia social, etc. Si deseamos a nuestra juventud fuera de las pandillas, hemos de darles amplias oportunidades para que no vean el crimen como una opción.
En paralelo a esta tríada virtuosa que forman la familia, la escuela y la comunidad, es necesario generar oportunidades de formación para el trabajo e inserción laboral, dirigido primordialmente a adolescentes y jóvenes en riesgo. Hay que promover la participación e incidencia juvenil en espacios de organización comunitaria, municipal y nacional.
Mientras tanto, la Policía Nacional Civil y el ejército deben orientar sus esfuerzos para evitar el acoso de las pandillas a los jóvenes estudiantes, manteniendo patrullajes en los alrededores de las escuelas y centros de enseñanzas. El combate al microtráfico de droga es esencial en barrios y colonias del país.
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Hay que promover, además, programas de inserción y de reinserción social para personas que pertenecen o pertenecieron a una pandilla, incrementar y mejorar los servicios de atención integral para víctimas de violencia y promover la aplicación de mecanismos de gestión y transformación de conflictos.
Y algo muy importante: si se va a intervenir directamente sobre el delito, estas intervenciones de carácter necesariamente represivo deben hacerse en el marco del más estricto respeto a los derechos humanos. Cuando a la acción punitiva le falta el factor de la sensibilidad humana, lo que la intervención represiva provoca es mayor escalada de violencia en el mediano y largo plazo.
¿Qué mensaje compartiría con gobernantes y políticos activos para combatir la violencia?
Primero quiero comentar algo que publicitariamente se está afirmando en El Salvador y que no es cierto: que el Estado está librando una “guerra” contra las pandillas. Yo lo que veo son redadas y capturas de jóvenes pandilleros a los que el sistema no les dio tratamiento después del conflicto armado interno. Veo una rendición de las pandillas sin disparar un solo tiro, o sea, estamos llegando al final de la tregua, cuando los líderes de las pandillas han decidido entregar a sus clicas para evitar ser extraditados a EEUU y de esta forma estar protegidos por el gobierno de turno.
De seguir esta conducta estaríamos viendo los resultados de dichos acuerdos entre las pandillas y el gobierno a espaldas del pueblo, negociaciones a las que por muchos años se les llamó “tregua” y donde la costumbre era negociar con demostración de fuerza cuando los delincuentes aumentaban los homicidios, a fin de obligar al gobierno a negociar y obtener mejores condiciones, mismas que salieron a luz pública durante el gobierno del FMLN.
Considero que para evitar violencia y futuras guerras primero debemos dejar los resentimientos de lado y ponernos todos a trabajar en conjunto para mejorar esta sociedad, que por hoy está llena de odio y resentimiento. Debemos alejar a los niños y jóvenes del bombardeo mediático y constante de la nueva forma de hacer política mediante lenguaje vulgar, en una constante acción de desprestigio contra toda persona que no piense como yo quiero.
Los Acuerdos de Paz nos colocaron como ejemplo ante todas las naciones del mundo, porque fuimos capaces de detener el conflicto armado de 12 años y ponernos de acuerdo para silenciar las armas. Sin embargo, no aprovechamos la oportunidad para crear una cultura de paz en nuestra sociedad. El FMLN siguió su lucha para alcanzar el poder a través de la vía política y haciendo una oposición férrea con los gobiernos de derecha, y esta postura le permitió con el tiempo llegar al poder y las esperanzas de sus seguidores se desvanecieron al ver que no fueron capaces de administrar un buen gobierno.
Con las medidas tomadas desde el 1 de mayo de 2021, El Salvador ha pasado a formar parte de los países de América Latina que tienen o están conformando sistemas políticos autoritarios y no democráticos; por lo tanto, estamos a tiempo de rectificar nuestro rumbo y encaminarnos a cumplir lo que nuestra Constitución nos ordena desde su primer artículo, cuando “reconoce a la persona humana como el origen y el fin de la actividad del Estado, que está organizado para la consecución de la justicia, de la seguridad jurídica y del bien común”. Si los salvadoreños fuéramos conscientes de lo que este postulado significa y nos comprometiéramos con él, quizá evitaríamos seguir avanzando peligrosamente hacia el abismo.
“… aclaro que mi libro no explica la realidad coyuntural que está viviendo mi querido país, pero aprovecho la oportunidad para recordarles a mis potenciales lectores que la base fundamental de nuestra democracia es la independencia de los tres poderes del Estado, la total transparencia de las instituciones de Gobierno, la aplicación de la justicia sin preferencias de ningún tipo, la protección de los derechos fundamentales de todos los ciudadanos (con énfasis en la libertad de expresión) y el respeto absoluto a la voluntad del pueblo expresada en las urnas”.