La Luna fue para los indígenas americanos lo que la Virgen María es para los cristianos católicos. De ahí, la veneración por el satélite natural de la Tierra y el terror que les generaban los eclipses de luna.
Tal afirmación fue registrada por el arqueólogo y etnógrafo sueco Carl Hartman, en su investigación sobre los pueblos originarios del territorio salvadoreño, que realizó de 1897 a 1899, mientras residió en el occidente del país.
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Parte de su investigación fue publicada en el segundo número de la revista Trasmallo, publicada por el Museo de la Palabra y la Imagen (Mupi), en 2006.
Bajo el título “Memoria de los Izalcos”, el documento incluye una descripción de las costumbres, tradiciones y mitos del pueblo que él bautizó como los “Aztecas de El Salvador”, así como fotografías y detalles de la injusta y cruel realidad que enfrentaban los indígenas a finales del siglo XIX, luego del proceso independentista centroamericano.
En medio de la riqueza de datos proporcionados por Hartman, hay un par de párrafos dedicados a la ruidosa ceremonia que esta población acostumbraba realizar para contrarrestar los eclipses de luna. Sí, si algo constató el sueco es que nuestros antepasados eran muy supersticiosos, tal vez, demasiado.
“Tan pronto como la sombra oscura se ve a un lado de la luna, las mujeres pipiles trasladan sus morteros de mano (una piedras planas rectangulares) y martillean en ellas con rodillos de piedra. También se hace bulla de otras maneras; por ejemplo, haciendo ruido con ollas y tapas. Este alboroto se propaga de casa en casa”, se lee en la página 12 de la revista antes citada.
Para los indígenas asentados en la región de los Izalcos, los eclipses eran una lucha entre el sol y la luna; para ellos, el astro rey lo que quería era devorarse al satélite lunar.
“… como todos simpatizan con la luna, quieren ahuyentar al sol por medio del bullicio”, escribe Hartman. “Las mujeres se lamentan “pobre, pobre luna, qué enferma está, cómo sufre, dejen que la ayudemos”, prosigue.
A continuación, destaca que la Virgen María “es para la mayoría de los aztecas igual que la luna” e indica que dicha veneración entre los pueblos mesoamericanos y los nativos del sur de América. “Los algonquinos, los indígenas iroquíes y los esquimales de Groenlandia tenían una costumbre idéntica”.
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Además de la ruidosa ceremonia las noches de eclipse, los pipiles de Nahuizalco también “observaban ciertas reglas” durante la oscuridad. “Llenan de agua sus artesas rectangulares de jardín (batéa) y ponen dentro una vela encendida. En el agua, se ve el reflejo de la lucha entre el sol y la luna”, describe el sueco.
De esa forma, “la imagen oculta del disco de la luna se refleja en el agua iluminada por la luna como si fuera un animal oscuro, un gato que se mantiene en continuo movimiento”, concluye.
Este domingo 15 de mayo de 2022, se espera poder visualizar un eclipse de luna en El Salvador.