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Centenario de una rebeldía: las salvadoreñas con cabellos cortos

“Una mujer que se corta el pelo está a punto de cambiar su vida”. Esa frase, atribuida a Coco Chanel (1883-1971), la siempre rebelde diseñadora francesa, resume uno de los primeros símbolos de la emancipación femenina. En El Salvador, esa historia comenzó hace un siglo.

Por Carlos Cañas Dinarte | Feb 17, 2023- 12:03

Fotografía estereoscópica sobre cristal (efecto 3D), que registra estudiantes en desfile dentro del Campo de Marte (San Salvador), hacia 1927. Imagen procedente de la colección Viaud-Kuny, San Salvador.

Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, la ciudad de San Salvador era un hervidero de ideas y emociones en aquellos “locos años 20” que marcaron tendencias mundiales en muchos aspectos. Por influencia del sufragismo británico, las neoyorquinas “golden women” y los encendidos discursos de la marxista europea Rosa Luxemburgo, algunas salvadoreñas abrazaron la gesta de pelear por sus derechos civiles y conquistar el derecho al sufragio. Ni los partidos políticos ni el gobierno ni los tribunales parecían decididos a dejarlas avanzar mucho en sus más que nobles aspiraciones.

Entre 1912 y 1923, varias organizaciones femeninas dieron pasos significativos hacia la conquista de esos derechos para las salvadoreñas. En parte, esa senda reivindicativa fue iluminada por la palabra y acciones de la sufragista María Álvarez de Guillén Rivas. Desde las clases altas hacia las capas medias y bajas de la sociedad, palabras como ciudadanía, derechos y sufragio marcaban las noches y los días de los años 1919 a 1921.

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Fuertes de presencia y de carácter, la señora de Guillén Rivas y sus seguidoras eran mujeres de su tiempo. Garbosas y siempre dispuestas a ayudar a su prójimo con resolución cristiana, también estaban orientadas a ser mujeres modernas, de pensamiento progresista, por lo que no resultaba extraño verlas lucir sus pelos cortos en sus fotografías de época, moda que en 1923 había causado un revuelo social de proporciones mayúsculas en aquella San Salvador que buscaba su espacio en la historia del siglo XX.

Una San Salvador con calles y avenidas sin pavimentar fue estremecida por “las melenitas”, originadas en ese parque Bolívar (hoy Barrios) de la foto. Imagen cortesía de la familia Viaud-Kuny.

El cine mudo estadounidense ayudó a la promoción del pelo corto entre las mujeres del planeta. Las actrices, glamorosas y sexys, eran las “influencers” de aquel tiempo de posguerra y de pensamientos y acciones liberales. Varias de ellas formaban parte activa de las flappers, féminas en busca de la liberación del machismo, de los corsés, de las faldas y de los vericuetos milenarios del cabello largo. Para ellas, una mujer moderna y urbana debía usar los cabellos recortados.

Fue así como entró en escena el corte llamado bob, condenado por la sociedad conservadora, ya que lo asociaba con el consumo de cigarrillos y alcohol, así como con el uso de maquillajes y ropas “no apropiadas” para las féminas. era deseado por las liberales de todas las edades y clases sociales. También era mal visto por la sociedad conservadora, que lo consideraba un estilo propio de aquellas rebeldes que bebían alcohol, usaban maquillaje y llevaban faldas cortas o, peor aún, pantalones.

En Estados Unidos y Europa, el bob marcó la ruta para la libertad femenina, de la mano del sufragismo. El Castle Bob, straight Dutch Bob, Uncurled Bob, Brooks Style, Boyish Bob o Eton Crop indicaron las rutas de la rebeldía femenina, mientras las iglesias y el sistema educativo heteropatriarcal se deshacían en vituperios y condenas hacia esa moda, maligna y disoluta según sus estándares. En aquella auténtica revolución de la moda y de la vida cotidiana, las mujeres urbanas de clases medias y altas no estaban dispuestas a dar marcha atrás en ese paso significativo hacia su independencia real y simbólica.

Cabelleras femeninas recortadas fueron exhibidas desde una de las carrozas de las fiestas agostinas de 1924. Tarjeta postal suministrada por el educador y coleccionista estadounidense Dr. Stephen Grant.

¿Cómo se llamaba la joven mujer salvadoreña que, a inicios de 1923, se presentó entre la multitud del parque Bolívar (ahora Barrios), con un corte de pelo “a lo garzón” y provocó un tumulto social de adhesiones y demanda de cortes en las peluquerías masculinas de San Salvador? Por el momento, ese nombre se resiste a las indagaciones y pesquisas, aunque sí trascendió que vivió en la capital francesa durante algunos años.

Desde su ritmo vital en París, resulta evidente que aquella anónima joven salvadoreña se dejó influir por el pelo corto y los marcados labios rojos de la diseñadora Coco Chanel. Más adelante, la francesa recortaría la longitud de su falda, usaría pantalones y cigarrillos, introduciría bisutería y perfume y le otorgaría un nuevo significado a la elegancia. Toda una revolución estética que no pudo esconder el trasfondo de dotar a muchas mujeres de confianza, identidad y las bases para trazar sus propios espacios y así lograr su emancipación del mundo masculino y enfocarse hacia la forja de sus propios destinos empoderados.

Concha Monteagudo de Hernández Martínez y sus hijas, procreadas con el brigadier Maximiliano Hernández Martínez, lucen sus cabelleras recortadas en estas fotos de inicios de los años 1930.

El pelo corto femenino, procesado en las barberías sansalvadoreñas con tijera y hojas de afeitar por los mismos barberos de siempre, había originado el apodo periodístico de “las melenitas” y motivado al clero nacional a condenar esas prácticas subversivas del orden universal establecido, pues, después de esas intenciones de lograr el voto y otros derechos ciudadanos, aquel gesto desafiante y público era otro paso más en la ruta en que las mujeres se parecieran en todo a los hombres, amos y señores de la creación universal desde los remotos y legendarios tiempos del padre Adán, según las prédicas religiosas vigentes.

Aunque en los primeros meses de vigencia de las “melenitas” hubo mucha censura contra aquellas mujeres que decidían cortarse sus cabellos, también es cierto que muchas féminas vinculadas con la máxima jerarquía de la iglesia católica y sus organizaciones decidieron no acuerpar a sus pares y mantenerse con sus melenas largas y peinadas, protegidas por pañuelos, peinetas o moños recogidos. Después, casi todas capitularon ante la realidad predominante. Las esposas, hijas y hermanas de funcionarios y de los opositores políticos también se sumaron a la tendencia.

Las “melenitas” tendían a expandirse sin freno, aunque pasaría algún tiempo para que sus tijeras hicieran mella entre las mengalas y demás mujeres de las clases populares e indígenas.

Aquella presencia innovadora se convirtió en una aspiración para muchas mujeres salvadoreñas: presentarse como una escritora, docente o sufragista de cabello recortado, pero sin abandonar del todo el donaire femenino de la piel blanca o mestiza. Una mujer sujeta a los halagos de los hombres de su tiempo, pero no sólo por su belleza física, sino más por su capacidad intelectual y sus aportes sociales en un terreno sociopolítico que se resistía a los cambios.

Tras los primeros cortes en peluquerías masculinas llegarían otras formas de reducir los cabellos para las mujeres de San Salvador. Después, la expansión de servicios profesionales encontraría cabida en Santa Ana, San Miguel, Santa Tecla y otras ciudades del interior. Desde Paco El Peinador y sus cortes y peinados a domicilio hasta el salón de belleza de la teósofa y cosmetóloga estadounidense Ella Ruth Rostau (nacida el 29 de abril de 1896, se graduó como peinadora en la California School of Beauty y abrió su local en San Salvador en 1930), los años 1930, 1930 y 1940 no hicieron más que recoger nuevas muestras y muchas fotografías de cómo las féminas nacionales dieron rienda suelta a sus tocados capilares rebeldes, desafiantes.

(izq) Margarita del Carmen Brannon Vega (1899-1974), más conocida como Claudia Lars. Fotografía cortesía de la Biblioteca Nacional “Miguel Obregón Lizano”, San José, Costa Rica. (der) Escritora y fotógrafa salvadoreña Mercedes Quintero (1890-1924). Fotografía suministrada por la Biblioteca Especializada del Museo Nacional de Antropología “Dr. David J. Guzmán”, San Salvador.

Para marcar más pauta, fue en el segundo lustro de los años 20 cuando las “melenitas” hicieron su ingreso a la Universidad de El Salvador, gracias a las primeras estudiantes del doctorado en Química y Farmacia, como Mercedes Amanda Martínez, Margarita Lanza Martínez y otras. Tras ese gesto dentro del máximo ámbito académico nacional, las féminas del resto de carreras (Medicina, Jurisprudencia, etc.) decidieron emular a aquellas pioneras y también recortaron sus cabellos.

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Otro espacio social donde las mujeres salvadoreñas dejaron entrar de lleno a las “melenitas” fue entre la juventud citadina. Estudiantes de bachillerato y de carreras técnicas como la docencia cortaron sus cabellos y se sumaron a la rebeldía creciente. Para 1924 y 1925, las reinas de belleza mostradas por los barrios capitalinas en las distintas carrozas agostinas y otras festividades como las anuales de la independencia mostraban diversas variedades de cortes bob. Jóvenes intelectuales como Mercedes Quintero y Claudia Lars también lucían sus cabellos recortados y cuidados, decorados y perfumados.

La acción de cortarse el cabello implicaba no sólo meter tijeras y cuchillas, sino también adoptar nuevos patrones y disciplinas para las mujeres. Por ejemplo, algunas decidían usar ondas u ondulaciones engominadas sobre el cabello corto, casi cuadrado sobre la faz, en flequillo y cortado por encima de las orejas. Otras mujeres optaban por lucir bandas en su cabello, hechas con encajes de colores, perlas y otros accesorios decorativos, aunque más de alguna prefirió encajarse un sombrero de campana, con bordes hasta las cejas.

Ese sombrero fue el aditamento estrella de la década de la posguerra y tuvo rápida difusión en diversas partes del mundo, junto con toda la moda femenina marcada por los collares, coloridos vestidos cortos y sueltos y falsos moños, toda una estética personal vinculada con la importada música Charleston. Durante esos años, discos en victrolas y bandas en vivo ofrecieron esos ritmos de moda en diversos locales de baile de El Salvador, mientras que en otros salones comenzaba a sonar la marimba como parte de las “jam sessions” iniciales dentro del territorio nacional.

PARA SABER MÁS
-ALMELA BOIX, Margarita et al (coord.). Mujeres en busca de espacios (Madrid, Editorial UNED, 2013).
-CHARLES-ROUX, Edmonde. Descubriendo a Coco (Barcelona, Penguin Random House, 2017).
-MORATÓ, Cristina. Divas rebeldes: María Callas, Coco Chanel, Audrey Hepburn, Jackie Kennedy y otras mujeres (Barcelona, Penguin Random House, 2010).

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