Dos detalles no pasaron desapercibidos de los equipos salvadoreños en la Copa Centroamericana: El banderín que FAS no entregó en el partido ante Real Estelí ante la sorpresa de los nicaragüenses, y las camisetas distintas del Águila (algunos jugadores con una publicidad menos que el resto) en su juego ante el Diriangén.
Son detalles, sí, para algunos insignificantes, pero que sirven para graficar en una competencia internacional parte del desorden que impera en el fútbol salvadoreño. Ni hablar del tema de Jocoro local en Honduras, un caso inédito en el fútbol regional y que aún hoy cuesta aceptar.
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Todos detalles que hacen a la imagen de un fútbol que va a los tropezones, y que además, en lo deportivo -excepto el triunfo de Águila sobre la hora- ubican a El Salvador en el sótano de la competencia regional. El caso de los buses de los equipos nicaragüenses en tierra cuscatleca también habla de la diferencia de inversión y recursos, que ya nos sacan hasta los pinoleros.
También hace a la imagen de la Liga los pésimos campos de juego que no mejoran en El Salvador a través de los años, pese a las promesas que, cada tanto, que se escuchan en ese sentido. Y la falta de mantenimiento es también moneda corriente: En Sonsonate, donde Alianza hará de local todos los viernes, la faltan unas cuantas manos de pintura a las tribunas. O el Barraza que se ve hasta con maleza fuera del rectángulo de juego.
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La imagen, por el piso. No son las bases fundamentales para el crecimiento del fútbol, como sí lo serían fuerzas básicas, infraestructura, torneos competitivos. Pero muestran una pálida fotografía de la realidad de nuestros equipos.