La medalla dorada de Pablo Ibáñez en los 400 metros vallas de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, es algo más que un logro histórico para El Salvador en una región marcada por grandes velocistas top del mundo del atletismo.
Fue la confirmación de que un atleta salvadoreño se puede meter en la elite de un deporte a pesar de las contras, las adversidades y las lesiones. “La meta es no rendirse”, le dijo Pablo en la semana en una entrevista con Cancha, todavía sin poder creer su hazaña en el Mágico González.
Pablo Ibáñez, de pensar en el retiro a ganar un oro histórico en San Salvador 2023
La meta es siempre dar un poco más sin excusas, de ningún tipo. Y demostrar que los salvadoreños pueden, también en deportes tan esquivos a éxitos nacionales como el atletismo.
Pablo tuvo un traspié que calaría hondo en cualquier deportista: estaba a punto de ir a los Juegos Olímpicos pero sufrió una dura lesión, se fracturó el pie. Allí el retiro se le presentó como la primera opción. Sin embargo, lo volvió más fuerte y confiado. Saber sufrir, para después ganar. El método Ibáñez.
Oscar Ibáñez, el papá, contó sus inicios: “Eran seis hermanos y eran hiperactivos; yo estaba sacando mi residencia de médico y la pobre Rossy, mi esposa, pasaba solo con los niños. Entonces la psicóloga les recomendó hacer deportes. Empezaron en el fútbol, pero al poco tiempo ese equipo se deshizo. Alguien le dijo a la entrenadora Sandra que les haga el favor de entrenarlos. Pablo tenía 12 años, hoy tiene 24 y esa medalla de oro ante los caribeños y mexicanos, es increíble”. Hay más: cinco de esos seis hermanos son atletas de alto rendimiento.
Pablo “cayó” en manos expertas. Sandra Valiente, la entrenadora, es la que enseñó y guió a Pablo hasta este final feliz. Luchadora histórica del atletismo -y muchas veces luchando contra los molinos de viento- parte de este logro también es de ella.
“No se rindan, y hagan deporte”, le dice Pablo Ibáñez a los jóvenes. Lo firma alguien que sabe bien de qué se trata.