El 2 de septiembre de este año salió publicado un artículo del Dr. Oscar Picardo, un científico por el cual tengo especial respeto y, siendo que dicho artículo hablaba sobre el tema de la última Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples, no pude menos que prestar atención a ciertos datos sumamente indicativos de nuestra situación como país.
Quizá el dato que más llamó mi atención fue el relacionado con la educación en nuestro país, empezando por el hecho de que aún hoy seguimos sufriendo un analfabetismo que alcanza un 15.5% en las zonas rurales y un 6.8% en las urbanas, acompañado de una escolaridad de 5.5 grados y 8.1 grados en ambas zonas respectivamente. Y lo anterior sin olvidarnos de que la escolaridad no es la forma más apropiada que existe para medir la educación de una población, porque puede ser que se otorgue “por decreto” el derecho no ganado de ir pasando de grado a grado solo por asistir a clases, aunque no se domine ni la lectoescritura ni lo mínimo de la matemática; en otras palabras, se alcanza un nivel de escolaridad y no de educación, ni siquiera de formación.
Ahora bien, ¿qué puede significar de manera práctica para un país que una gran cantidad de su población no posea un nivel de educación medianamente aceptable? Bueno, creo que la respuesta procederá del análisis del ¿para qué sirve la educación? En esto pueden ser muchas y muy variadas las respuestas, pero hasta donde mi experiencia me permite recolectar información, la mayoría tiende a tomar una tendencia central, que apunta a indicar con más o menos precisión, que “la educación sirva para alcanzar una vida mejor”, que podemos interpretar como más satisfactoria, con bienestar.
Y como médico automáticamente hago una conexión con la definición de salud, que hoy por hoy es la más aceptada: “Completo estado de bienestar (el subrayado es propio), tanto físico, emocional y medio ambiental; y no solo la ausencia de enfermedad”. Y casi sin esfuerzo surge otro cuestionamiento: ¿Y si no hay suficiente nivel educativo en nuestra población para alcanzar el bienestar, entonces lo habrá para alcanzar la salud?, y la respuesta se extrae con espontaneidad: ¡NO!
Claro que se necesitan hospitales, medicamentos, insumos, buenos médicos, personal de enfermería y técnicos, pero eso solo es para atender el último componente que abarca la definición de salud, es decir, atacar las enfermedades; pero todos los otros componentes son más dependientes de la educación.
Las personas deben ser educadas de tal manera que alcancen no solo conocimientos, sino criterio suficiente para cuidar su propia salud, porque al final de cuentas todos somos responsables de cuidar nuestro propio cuerpo, no solo el Estado, quien es responsable de brindar los medios.
Pero es histórico que en los países de Latinoamérica los políticos, al menos los mediocres, siempre que se relaciona que la solución a los problemas sanitarios está en la educación, responden que “sí, pero que eso tarda mucho y se necesitan soluciones ¡ya!”. Y así se manejan proponiendo que la solución a los malos hábitos está en poner impuestos a los productos que se consumen, como en México y hoy en Colombia; y hasta hay organismos internacionales que se contagian de este error estratégico y proponen que además de impuestos se “inculque miedo en la población”, a través del uso de advertencias en el etiquetado de productos, olvidándose al parecer de lo que múltiples estudios han demostrado sobre las respuestas del cerebro humano ante este tipo de mecanismos parcheros.
Si existen malos hábitos dentro de la población, que afectan o impiden que se alcance ese “completo estado de bienestar…”, entonces hay que dedicarse a educar desde la más temprana infancia, para que el individuo se desarrolle con conocimientos (pero reales, no manipulados) y criterio, que le permitan con el tiempo, ir empoderándose de su propio futuro a través de la toma de decisiones con base en la comprensión de su cuerpo y de su entorno.
Poner impuestos es para engordar a un gobierno, poner advertencias que “metan miedo” es para justificar la existencia de quienes lo proponen, pero educar, eso es gobernar con mentalidad de estadista.
Médico Nutriólogo y Abogado