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Cartas desde el frente europeo: Nocebos

De estos males nacen los movimientos que desgarran gobiernos y a gobernantes, de ahí aparecen los discursos victimistas de los que buscan aprovecharse de los demás, de ahí nace la desunión, el enojo y la frustración de los que se han vuelto adictos a estas panaceas de marca blanca.

Por Alonso Correa |

El placebo es una sustancia, un ritual o una idea que, utilizando la sugestión y la ignorancia del paciente, puede llegar a solucionar un malestar o curar una dolencia. El placebo es, para todos los que aún no lo han descubierto, ese ingrediente secreto de muchas de las medicinas alternativas, tales como la homeopatía, que, a pesar de no sustentar nada de lo que dicen en evidencias concretas, parecen remediar los padecimientos de los que buscan sanación. El placebo es, para resumir un poco, una mentira que funciona; un espejismo que engaña al subconsciente y “sana” al cuerpo.

Nocebo es el antónimo del placebo. Es una sustancia, un ritual o una idea que, utilizando la sugestión y la ignorancia del paciente, puede llegar a crear un malestar o iniciar una dolencia. El nocebo es ese componente místico de las maldiciones, es la magia detrás de esas pociones, venenos y brebajes. Los nocebos nos acompañan todos, al igual que los placebos. Se encuentran en esas viejas creencias aún vigentes o en las supersticiones del imaginario colectivo. Los nocebos son, mezclados con el miedo humano a caer enfermo, una mentira que hace que nuestro cerebro “dañe” al cuerpo.

Ambos son utilizados en la vida actual, las farmacéuticas utilizan placebos para verificar las cualidades de los medicamentos y revisar si la combinación de medicamentos funciona de verdad, pero es que no solo los usan los embusteros o los científicos. Ambos están en nuestra vida, desde la primera hora de la mañana hasta la última de la noche, ambos están ahí, esperando el momento de empezar a engatusar a nuestras neuronas. Ese equilibrio entre lo que nos “daña” y lo que nos “sana” es, para definirlo de manera corta y sencilla, una pantomima que utilizamos para distraernos de la realidad. Es abusar de un error en el código de la naturaleza, porque ninguno de los dos existe, sus resultados, aunque útiles en un momento concreto, no significan nada con el paso del tiempo, se quedan detrás de la pared de la rememoración.

Ahora tenemos nocebos que, aunque no causen una molestia física, sí que ensanchan una herida ficticia que llora y sangra cual mártir en la cruz. Situaciones que no existen más allá del final del cráneo, momentos cuyo único testigo es aquel que lo siente así, extractos de una película cuyo único público es el protagonista. Eso es lo que mantiene aún la bruma de la discordia entre los todos sectores predominantes de la sociedad.

Discordia nacida de estos ficticios males es humo de madera verde, muy denso, pero sin nada fijo que lo soporte. Eso es lo malo de los placebos, los nocebos y las mentiras, pierden fuerza en poco tiempo; no arreglan lo que tratan de solucionar, solo lo recubren con el velo de fe y lo endulzan con un poco de engaño. No tienen una función clara porque su existencia está dictada por la suposición temporal de su funcionamiento. Es un perfume que se envuelve en ti, pero que desaparece en un parpadeo dejando solo el recuerdo de su aroma en la memoria. De estos males nacen los movimientos que desgarran gobiernos y a gobernantes, de ahí aparecen los discursos victimistas de los que buscan aprovecharse de los demás, de ahí nace la desunión, el enojo y la frustración de los que se han vuelto adictos a estas panaceas de marca blanca.

Pero ahora se lleva tanto, se encuentran tantos nocebos a lo largo del día, están en tantos sitios que ya parece enraizado en la manera en la que nos comunicamos. Todo nos daña, aunque no lo haga; todo nos sana, aunque eso sea falso.

*Escritor panameño.

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