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COLUMNA: Después del divorcio

Tras la ruptura con frecuencia los hijos se convierten en objeto de disputa por su tutela, así como en receptores de todo tipo de comentarios y manipulaciones con que cada excónyuge trata de ganarse su afecto.

Por Dra. Margarita Mendoza Burgos | Jul 26, 2022- 18:54

Foto: Pixabay

El marco ideal para los niños y adolescentes es la familia estructurada y estable, y por ello, el dimensionamiento de las responsabilidades que implica formar una familia es un tema que tiene que plantearse la pareja con madurez antes de casarse, o antes de tener hijos.

Cuando el matrimonio se rompe, la estructura familiar inevitablemente se rompe en alguna medida, y las condiciones para el sano desarrollo de los hijos ya no son las más favorables, pero ello no significa que las nuevas condiciones tengan que ser desfavorables, pues no es necesariamente el hecho de compartir el mismo techo lo que crea esas condiciones óptimas, sino la estabilidad del ambiente y el consenso mutuo en todo lo que se refiera a su bienestar: atención afectiva de ambos, un hogar propio y permanente (aunque sea incompleto), y un modelo educativo definido y sin dualidad. Si esto existe dentro de la estructura familiar formal, es lo ideal, pero si no es así, es preferible que exista todo esto en una familia incompleta, a que no exista en una familia completa, pues en el primer caso el fracaso es solo de pareja; en el segundo es de la familia.

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Lamentablemente, y aunque es perfectamente factible, en nuestra cultura no es tan fácil entender que una ruptura de pareja sea compatible con cualquier tipo de consenso. Al contrario, una ruptura matrimonial, que debería ser el principio de la paz, suele convertirse en una declaración formal de la guerra que ya se había iniciado antes.

Dra Margarita Mendoza Burgos. Foto: Cortesía

Tras el divorcio frecuentemente sucede que, junto con la casa, vehículos u otras propiedades, los hijos también se convierten en objeto de disputa por su tutela, así como en receptores de todo tipo de comentarios y manipulaciones con que cada excónyuge trata de ganarse su afecto en exclusiva, desacreditando y boicoteando cualquier iniciativa de la otra parte.

De este modo, los hijos no solamente pierden el marco adecuado para su desarrollo, sino que los apoyos y vínculos que aún conservaban con ambos padres van siendo socavados y crece la desconfianza y la inseguridad; y lo que es peor, empiezan a tener la sensación de no ser más que un objeto que los padres utilizan para intereses que ellos no pueden entender, pero en todo caso contrarios a su bienestar. Nadie es capaz de ofrecerles una buena explicación de por qué dos personas que se amaron para tenerlos, ahora planteen una guerra… también para tenerlos. Esta es una contradicción que a los padres pasa desapercibida pero que ellos fácilmente detectan.

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Cuando se llega a este punto crítico, hay padres que toman conciencia de la situación y reconsideran sus actitudes, estableciendo «pactos de no agresión», buscando la estabilidad de los menores. En caso contrario, su rendimiento general decaerá mucho, mostrarán síntomas depresivos, buscarán refugio en cualquier cosa, y, si son adolescentes, podrán ser presa fácil de drogas y todo tipo de circunstancias no deseables. Algunos aprovechan la triste situación para sacar una ganancia secundaria, como ventajas económicas o materiales con que cada padre trata de comprar su afecto.

Es preferible para los hijos un mínimo de estabilidad en un hogar, aun cuando la otra parte tenga que renunciar a ellos, que ser objeto de este tipo de disputas. Tómese el ejemplo de la actitud de la verdadera madre en el relato bíblico del Juicio de Salomón.

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