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Es como un duende

si nuestra sociedad niega darle opciones a una madre menor de edad cuyo hijo proviene de una violación, nos deberíamos de preocupar tanto por el feto como por el niño, joven o adolescente al que va a llegarse a convertirse. Preocuparnos por el feto, pero olvidarnos del niño ya nacido no es otra cosa más que una terrible hipocresía.

Por Maximiliano Mojica
Abogado, máster en leyes

La noticia corrió como onda sísmica: la Corte Suprema de Estados Unidos revocó la sentencia que otorgaba a las mujeres el derecho a solicitar un aborto bajo cualquier circunstancia y en cualquier etapa de su embarazo. Deseo respetuosamente exponer mis ideas al respecto y contribuir al debate sobre el tema.


Al analizar el aborto, es ineludible analizar la situación de las menores embarazadas en El Salvador. Hace unos días La Prensa Gráfica publicó una noticia cuyo titular era: “Madres a la fuerza: Las 28 mil niñas violadas por hombres adultos”. Según registros disponibles -ojo con esto: “registros disponibles”, ello implica que pueden existir miles de casos más que no han sido reportados o cuando los hechores son, a su vez, menores de edad-, los casos representan una variopinta serie de circunstancias en donde las víctimas de una relación sexual no consentida fueron forzadas por un hombre de edades que van desde los 18 a los 97 años. Los depredadores son abuelos, padres, hermanos, tíos, primos, miembros de grupos criminales o parientes políticos (padrastros y todos los otros diversos “-tros” que hay) y en algunos casos sacerdotes, pastores o profesores, todo lo cual hace aún más difícil que el hecho sea denunciado y que el criminal sea castigado.


Al hecho de quedar embarazada se le une el estigma social de ser madre soltera, siendo juzgada, primero, por su familia -que era la primera llamada a protegerla, pero en muchos casos es precisamente en ella en que se esconde el perpetrador- y segundo, por sus educadores o líderes religiosos, que ven en ella una “pecadora” que -según juzgan en su desviado sentido de la religión y costumbres- ha tenido al menos parte de la culpa por haber “provocado” al sinvergüenza.

Ante tantas puertas cerradas, la menor solo tiene una opción legal: tener a un bebé, lo cual es irónico en un país conservador en donde una menor de dieciocho años no tiene edad suficiente para entrar a una discoteca, comprar cigarros o alcohol en el supermercado, tener una licencia de conducir, poder portar un arma, poder firmar un contrato o comprar una casa por sí misma, poder casarse legalmente, poder obtener un crédito, abrir una cuenta bancaria o salir del país por su cuenta. Ni siquiera puede, aunque quiera, tener un trabajo remunerado.


¿Qué pensaría un juez de familia si una menor de 14 años presentara una solicitud para adoptar a un bebé que hubiese sido abandonado? Esa solicitud sería inadmisible, para empezar, porque en materia de Familia se requiere la postulación preceptiva, es decir, el interesado debe ser representado por medio de abogado y, en este hipotético caso, la menor de 14 años ni siquiera tiene libertad para otorgar un poder por sí misma.

La ley le niega el derecho a una menor de edad para poder ser madre vía adopción, pero, por otro lado, el Código Penal la obliga a ser madre a los 11, 14 ó 17 años, aunque haya sido violada. ¿Existe coherencia entre las normas?
En muchos casos, la niña-madre es lanzada fuera de su casa - muchas provienen de un hogares disfuncionales o pobres o de ambos-, por lo que se le presenta la disyuntiva ¿de qué va a vivir, comer, vestir y estudiar, tanto el bebé como ella si no tiene edad para poder trabajar? Sin una familia y sin un Estado estructurado que la apoye ¿cuál será el destino de esta niña y su hijo? ¿Abandonarlo? ¿Prostituirse?


Analizar y juzgar el resultado de la sentencia Roe vrs Wade desde la comodidad de nuestros hogares resulta confortable; pero resulta mucho más difícil ponernos en los zapatos de las 28,591 niñas-madres que fueron abusadas sexualmente entre 2014 y 2020 en El Salvador, sin que tengan una respuesta coherente y acertada por parte de las autoridades.


A ellas y a sus hijos nacidos en la pobreza y el abandono, Alux Nahual les dedicó la canción “Es como un duende”. Recuerdo que con mis amigos bailábamos esa canción en las fiestas sin ponerle atención a la letra. Ahora, en nuestra madurez, deberíamos de volver a escucharla… tal vez así la desgracia y la pobreza de esos niños de piel gris, sin infancia y sin hogar, no nos sea tan “natural”.


Abogo por la coherencia: si nuestra sociedad niega darle opciones a una madre menor de edad cuyo hijo proviene de una violación, nos deberíamos de preocupar tanto por el feto como por el niño, joven o adolescente al que va a llegarse a convertirse. Preocuparnos por el feto, pero olvidarnos del niño ya nacido no es otra cosa más que una terrible hipocresía.

Abogado, Master en leyes/@MaxMojica

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