Primero que nada, quiero aclarar que este es un artículo dirigido a ese sector de la sociedad salvadoreña que, teniendo o no posibilidades, no crea en sus hijos el hábito del trabajo. Sé que hay muchos jóvenes que trabajan para ayudar a sus padres mientras estudian. Para ellos, un gran aplauso.
Para muchos padres, aún aquellos que no viven exactamente holgados, la idea que sus hijos trabajen y estudien es escandalosa. “¡Cómo va a creer!” me dijo una mamá, “¡Si el niño tiene derecho a vacaciones!”. Sí, estoy de acuerdo. Pero una cultura de trabajo se enseña desde temprana edad. Y pues, este, un universitario no es un “niño”.
Cuando me gradué a los dieciocho años, me entregaron las llaves del carro y de la casa (por “carro”, entiéndase, un perol de casi veinte años de antigüedad). Mi trabajo consistía en ir a la universidad y recoger a mis hermanas. Un día, tímidamente, le dije a mi mamá que necesitaba más fondos que mi mesada. Su solución fue enviarme a Save the Children, dónde necesitaban traductores. Así que, a los 18 años, comencé mi carrera de traductora, traduciendo cartas por cincuenta centavos de colón. Mi madre quería que estudiara traducción, pero yo estaba tan harta, que me conseguí un empleo de auxiliar en un colegio.
Cuando anuncié que pensaba estudiar educación, mi papá me boicoteó dos años. Yo me pagué mi universidad. La Licenciatura me la pagó él, pero continué trabajando. Me tardó más tiempo graduarme, pero para cuando recibí mi título, tenía un curriculum bastante bueno.
No sólo eso, tenía ahorros. Parte de mi estadía en Chile, dónde fui a estudiar un post título, me la pagué yo. Ya tenía casi 30 años, pero tuve el privilegio de estudiar fuera con bastante libertad de acción. Si bien me vi forzada a regresar a El Salvador por una emergencia familiar, la universidad no me penalizó.
Trabajar desde joven me enseñó muchas cosas: responsabilidad, convivencia, y manejo del dinero entre otras. Me enseñó a ver el mundo y sus mil realidades. Aprendí a ser subalterna y jefe. Cuando, a finales del 2020, cerré mi vida laboral, lo hice con la tristeza y nostalgia que es natural, pero con la satisfacción que la auxiliar de maestra llegó a ser gerente de una institución de educación superior bien reconocida. Completé mi círculo.
Actualmente, por razones de salud, trabajo por servicios profesionales, y estoy semi jubilada. En realidad, si yo no hubiera sido de los que entró en el sistema de la AFP (mis primeras cotizaciones fueron con el ISSS), me hubiera podido jubilar en el 2019. Independientemente, comenzar de nuevo a los cincuenta, luchando con una enfermedad crónica, me ha permitido volver de nuevo a las aulas, y también explorar áreas que no pude explorar de joven.
Así que aliente a su hijo o hija que trabaje aunque usted pueda mantenerlo. No es un tema de dinero, es un tema de crear una cultura de trabajo que lo beneficiará como persona y lo hará ubicarse en la realidad del país. Yo siempre he dicho que no entendería lo privilegiada que soy si no hubiera tenido la oportunidad de codearme con personas de todos los estratos sociales. Eso también me enseñó la tolerancia y la empatía. Y si buscamos una cultura de paz, no hay mejor cosa que fomentar una sana ambición por superarse haciendo las cosas bien.