El pasado sábado 5 de marzo, en Querétaro, México, los bandos de los equipos Atlas y Querétaro se dejaron llevar por la violencia e intolerancia al atacarse unos a otros en el estadio La Corregidora. Este lamentable suceso ha dejado 26 lesionados; 3 de ellos en estado grave.
El fanatismo es cuento viejo, y la intolerancia de los fanáticos los ha impulsado incluso a matar a personas que no están en la misma página que ellos. Hay muchos ejemplos en nuestra historia, tanto mundial como nacional, de cómo este fenómeno social ha afectado en gran medida a nuestra libertad de expresión. La verdad es que, en cualquier ámbito (deportes, política, medios, religiones, etc.), hay diversidad de opiniones y posturas movidas por sentimientos o razón. Esa diversidad está bien, sería raro que todos pensáramos lo mismo, pero justo por ello debemos respetar estas diferencias y no acudir a la violencia para manifestar intolerancia.
En nuestro país esta problemática se manifiesta en distintos ámbitos. Por ejemplo, retomando el fútbol, parece que llevamos al extremo nuestras posturas sobre el deporte, pese a que aparentemente solo se trata de jugar y disfrutar un partido. En el estadio, un partido deja de parecer un mero entretenimiento cuando se repara en los objetos y sustancias arrojadas para que los jugadores se tropiecen, o cuando grupos de fanáticos llegan a los golpes con los equivalentes del equipo contrario.
En cuanto a la política actual, estamos en una época histórica para El Salvador. La intolerancia es algo que nunca cambia, y en la población siempre habrá devotos de ciertas ideologías. Lo que ocurre ahora es que esa misma intolerancia también es practicada por nuestros mismos funcionarios públicos.
No es ningún secreto que distintos funcionarios del oficialismo han demostrado la peor parte de sí cuando pronuncian discursos de odio (“las ratas del 3 %”, por ejemplo). Por este fanatismo hacia nuestro actual presidente, algunos legisladores actuales han llegado a portarse ofensivos contra la población opositora, actitud que impulsa a los seguidores de Bukele a emular tal comportamiento.
Este tipo de situaciones perjudica nuestro derecho a la libertad de expresión. Es frustrante ver cómo se ha callado a miles de mujeres que quieren recibir un trato digno en su espacio social, o a jóvenes interesados en conflictos mundiales de cualquier índole que quieren expresarse sobre sucesos políticos. Y es que el fanatismo nos ha frenado de expresar lo que pensamos sobre diferentes temas por temor o rechazo.
Cuestiones como la política, la religión, los deportes y el medio ambiente son de sumo interés en nuestra sociedad actual, y acciones violentas e ignorantes provenientes de la devoción descontrolada o el rechazo radicado en el odio desnaturalizan dichos temas, que deberían tratarse como medios que nos permiten expresarnos. La política deja de tomarse como tal cuando hay violencia entre oposiciones y no debate o conversaciones constructivas. Deja de ser religión cuando ya no hay devoción por nuestro Dios y hay peleas entre feligreses. Deja de ser deporte cuando ya no se disfruta de la pasión por el fútbol, sino que se tiene miedo de disfrutar un día en el estadio con la familia.
El fanatismo solo genera mal e ignorancia, y es tiempo que como salvadoreños dejemos la intolerancia por opiniones diferentes a la nuestra, porque no es así como se crea un impacto positivo. Las opiniones siempre serán diversas, pero la integridad y respeto deben prevalecer ante cualquier motivo o argumento. Esto es esencial para mantener la armonía en nuestra comunidad y se vean menos casos como el lamentable suceso en México.
Estudiante de Ciencias Jurídicas
Club de Opinión Política Estudiantil (COPE)