El peor desastre que nos puede ocurrir es vivir una existencia estéril. Eso sucede cuando somos incapaces de dar, de hacer el bien. Entonces la vida se repliega sobre sí misma en un proceso de muerte lenta. Muerte, no corporal, sino del alma. En lenguaje religioso, a eso se le llama pecado. Es el pecado radical, que se diversifica en multitud de formas dañinas de existir. Formas que nos destruyen y afectan negativamente a los demás.
Por suerte, tal situación no es irremediable. Somos hijos de un Dios amoroso que jamás se resigna a que el egoísmo carcoma nuestra vida. Mientras vivamos en este mundo, se da la posibilidad de revertir tal situación deplorable. Es la paciencia de Dios. Con amor de Padre, ofrece la salvación hasta en los casos más arruinados.
Como dice la Biblia, él está a la puerta y llama. La contraparte la ponemos nosotros. A eso se le llama conversión. Este término significa que, en algún momento de nuestra vida, percibimos que el camino pernicioso que llevamos es posible rehacerlo. Retornar sobre nuestros pasos. El verdadero camino es Jesús y su evangelio: Yo soy el camino, la verdad y la vida.
La tarea que se impone Jesús al habitar entre nosotros es conducirnos (reconducirnos) a la casa del Padre, reintegrarnos a la comunidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu. De la mano de Jesús, nuestra vida se irá transformando en luminosa.
Jesús nos conoce a fondo. Ante él somos transparentes. Conoce nuestras miserias, no para castigarnos sino para salvarnos. Es el juicio de Dios. No un juicio de condena, sino como un diagnóstico que pone en evidencia las zonas tenebrosas de nuestra vida. Y ofrece el remedio de la salud profunda.
Conversión será, por tanto, el trabajo que nos toca de cortar y quemar la maleza en que se enreda nuestro corazón. El perdón generoso de Dios está siempre a nuestra disposición. Jesús se describe a sí mismo como un agricultor que cuida de su siembra desbrozando, abonando, limpiando y así garantizar una cosecha abundante.
No desperdiciemos el momento presente. Valemos mucho ante Dios. Nuestra vida puede ser generosa en frutos duraderos. Como Jesús que pasó haciendo el bien, también nosotros podemos transitar por nuestra vida dejando un rastro fecundo. Generadores de vida, no de muerte.
A veces dan ganas de llorar al leer cada día en los medios sociales el rosario de asesinatos, despariciones, violencia, corrupción. ¿Por qué hay seres humanos que optan por el mal contra el hermano? ¿Qué pasa con el Caín de hoy que se ensaña con su hermano Abel?
Pero no es asunto de lamentarnos estérilmente. Invitamos a Jesús para que sane nuestro corazón enfermo de maldad y, así transformados, asumir con alegría la tarea de ser sembradores de paz.
Quien escoge el camino de la maldad, defrauda a Dios.
Sacerdote salesiano.