Las ondas electromagnéticas -que componen el espectro de los colores visibles al ojo humano- nos hacían ver -en el eterno instante- un lienzo pintado por el divino Artista. Recorriendo las llanuras de Akala, Stella y yo encontramos frutos y plantas nunca imaginadas. Entre ellas el “sôma”. La que –según la sabiduría veda de Sícilo—era “la luna divinizada”. Planta que –acorde a aquella tradición—crece en el “tercer cielo” y cuyo jugo otorga la inmortalidad. Una enredadera similar surgía al este de la India terrestre, cuyo ácido zumo se usaba en la preparación de una bebida ritual del mismo nombre. “Bebamos su extracto –dijo Eva Stella. ¡Estamos en el tercer cielo!” Tocamos unas lianas que produjeron las notas musicales del “Svara”, la escala musical. “Existen 7 svaras: “sa”, “re”, “ga”, “ma”, “pa”, “dha”, “ni” -dijo Sícilo, apareciendo de súbito a nuestro lado. Así entonamos al unísono la sinfonía celeste del maravilloso Akala que circundaba montes y llanuras. “Somos música de la divinidad” –opinó el místico—nuestro cómplice de la verdad. Viendo al Universo vimos el rostro de Dios, “el sin nombre”. O quizá Él se vio en nosotros. (XXII) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>