Despertó mi interés una entrevista radial en que se anunciaba el inicio de la temporada en el “Teatro Luis Poma”, esfuerzo meritorio y constante que está por cumplir las dos décadas de vida; la calidad que lo distingue le ha valido el favor de un público que acude con fidelidad, público que año con año crece sostenidamente. Días después, mi esposa comentó, “como quien no quiere la cosa”, que había sabido que Gracia González, ese ángel que vive entre nosotros, participaría en una obra teatral. Lo anoté en mi memoria (“más vale un lápiz desteñido que una prodigiosa memoria”, nos advertía el buen don Erick en sus clases), pero no actué de inmediato y para cuando quise comprarlas, ya estaban todas vendidas. “Para que aprendás -me reprendí a mí mismo- a no dejar las cosas para última hora”. Respondió mí mismo: “Piénselo mejor, mi amigo, si para estas expresiones culturales las entradas están totalmente vendidas, significa que todavía hay esperanza de la buena para nuestro país”.
Como no hay peor lucha que la que no se hace, texteé (aceptado por la RAE) a la burbujeante y simpática mezzosoprano Conny Palacios “¿ya no hay entradas para irte a disfrutar?” “No, están totalmente vendidas”, me respondió con genuina alegría. Dos horas después me ponía: “He conseguido 2 espacios. ¿los querés?” ¡Los compro! Escribí emocionado y fuimos a disfrutar la excelente puesta en escena de la última función del “Amor en tiempos de ópera”.
Llegamos con tiempo, como hay que llegar al teatro. A la hora en punto, cuando escuchamos “esta es la primera llamada, primera llamada”, el teatro todavía parecía algo vacío: opera sólo a la mitad de su aforo por motivos de seguridad sanitaria y también, cuándo no, porque los salvadoreños aún estamos aprendiendo a ser puntuales. (“Y algunos todavía se molestan porque no se les permite entrar mientras las arias están siendo ejecutadas”, me comentó Roberto Salomón, el cultísimo director del teatro, de la obra y, en esta ocasión, responsable del guion).
El delicioso espectáculo es producto de un genuino trabajo en equipo, que tiene al amor como hilo conductor, la música – en su versión operática- como personaje principal y la voz humana como la indiscutible estrella del espectáculo. Las impactantes voces –todas orgullosamente salvadoreñas- van apareciendo, sin prisas, alegre y ordenadamente, con la seguridad que les brinda saber la belleza que sus cuerdas vocales son capaces de ofrecer. La música que cantarán ha existido desde hace años al alcance de las mayorías, algunas tienen siglos de estremecer las almas.
En el escenario, un telón por toda escenografía. Luz tenue, que permite vislumbrar apenas los dos pequeños paneles colocados a diestra y siniestra del escenario, adelante del telón, que servirán para resaltar al artista en escena. Poco a poco se va descubriendo que no es un solo telón, sino varios que se van abriendo durante la obra, lo que genera la sensación de que vamos avanzando, adentrándonos en las diferentes manifestaciones del amor que se canta: fiel, romántico, libre, infiel, paternal. Destaca de manera inocultable la muy buena relación humana, la alegría en la actuación y la complementariedad entre las seis voces: 3 femeninas y 3 masculinas.
La efeméride del “Día Internacional de la Mujer” estuvo a un tris de hacerme cambiar de tema para el artículo, pero “El amor en tiempos de ópera” es el mejor himno a la verdadera igualdad de géneros. No son tres hombres y tres mujeres porque se tuviera que cumplir “una cuota de igualdad”. Son tres mujeres de voz privilegiada: Michelle Tejada obtuvo en 2015 el primer lugar en el certamen de canto lírico, realizado en la Columbia University (sí, donde estudió Art Gargunkel) de la ciudad de Nueva York, donde reside; Gracia González, quien nos hace creer que forma parte de algún coro angelical cuanta vez la oímos cantar; Connie Palacios, la tía, la maestra, la jacarandosa morena de mirada vivaz y voz envolvente. Tres mujeres que, por propios méritos, actúan y cantan en total igualdad de condiciones (bueno, ellas ganan en belleza desde mi propia perspectiva) con los conocidos integrantes de OPUS 503: el imponente y masculino bajo barítono Mauro Iglesias; el barítono José Guerrero, de actuación inolvidable cuando canta el aria del barbero más famoso de todos los tiempos y el tenor Reni Renderos que impresiona y sorprende gratamente por el contraste entre una caja torácica relativamente estrecha con la fuerza y tersura de su voz, que parece salir sin mayor esfuerzo de su parte.
Cantan solos, en dueto, todos juntos. Cantan con calidad, con alegría, con pasión. Cantan sin celos, sin envidias sin los antagonismos usuales del ámbito artístico. Cantan y nos cautivan, nos emocionan y embelesan, al punto que lágrimas escaparon sin vergüenza de los ojos de algunas personas entre el auditorio. ¿Serán conscientes estas voces del privilegio del que gozan? Dios quiera que sí.
Salí convencido de la necesidad de difundir el arte entre nosotros. Nos hace más humanos y mejores personas. Lo necesitamos a gritos en estos tiempos aciagos de muerte y destrucción. Rendidas gracias a todos los que han hecho posible este magnífico y simpático recital. De corazón.
Psicólogo/psicastrillo@gmail.com