Hace muchos años mi párroco comparó la Cuaresma al tiempo que el pueblo de Israel pasó en Egipto. De entrada, se debe entender que no se necesitaban cuarenta años para llegar de Egipto a la Tierra Prometida. Pero sin esos cuarenta años de desierto el pueblo elegido nunca hubiera podido entrar a Canaán. La razón: necesitaban cambiar su manera de pensar, para entrar. De la misma forma, nosotros (católicos y protestantes) necesitamos enfrentar nuestros desiertos para cambiar nosotros, para cambiar nuestro país.
Fuera de todo contexto de crítica política, como colectivo El Salvador ha caminado y camina en un desierto. Desiertos de temor, de odio, de resentimiento, de juicios temerarios, de mentira, de avaricia, de clasismo, de injusticias abismales y ustedes mencionen lo que quieran. Estos desiertos los atraviesan TODOS: gobierno, oposición, ciudadanos que nada que ver, los que escribimos columnas de opinión, los ricos y los pobres, los que vendieron sus principios por un puesto y los que perdieron un puesto por no venderlos, tanto en lo público como en lo privado. Nadie -a menos que tenga una enorme capacidad de autoengaño, o sea un niño muy pequeño- me puede decir que vive su vida sin un desierto que enfrentar. Porque por más que trate de esconder ese desierto con cualquier cosa -desde el alcoholismo hasta la religiosidad compulsiva- allí va a estar.
El problema radica en enfrentar el desierto y darnos cuenta de que tenemos que caminar “con la fe puesta en Dios” a enfrentar al Resucitado en la Pascua -en la del Domingo de Resurrección y también el día que muramos. Esto es si usted es marginalmente cristiano -mis disculpas con los que no comulgan con mis creencias. Verá,si usted tiene la fe puesta en un Dios vivo, el punto de la Pascua es justamente eso, Jesús está vivo. Y si entendiéramos eso, año con año enfrentaríamos nuestros desiertos porque nos daríamos cuenta de que no caminamos, ni hablamos con una idea bonita, ni con un ser etéreo que puede, o no, contestarnos lo que pedimos. Año con año buscaríamos la justicia, la verdad y vivir de acuerdo con los criterios del Evangelio, porque caminamos al lado de un hombre que fue llevado a juicio injustamente por decir la verdad y vivir los criterios del Evangelio tal como los había recibido de su Padre. Si es que esto no es cuestión de alfombras, ni el culto de Viernes Santo, ni de devociones dulcitas. Es cuestión de traer el Reino de Dios a través de nuestras acciones y así transformar la sociedad.
Porque, señores, la justicia, la verdad, la caridad, el amor al prójimo, la limpia conciencia no tienen nada que ver con quién gobierna el país, aunque lo incluye. Tienen que ver con usted y conmigo, con nuestra conciencia que nos acusa y como respondemos a esa acusación. Tiene que ver con esa frase que nos repiten cuando nos ponen la cruz de ceniza a los católicos: “Conviértete y cree en el Evangelio”. Y tiene todo que ver que puede engañar a quien quiera, menos a Dios.
Yo sé que hay gente (amas de casa, trolles, gente del gobierno y de la oposición, y etc.) que me lee. Entonces, lanzo la pregunta: ¿tenemos el valor de enfrentar el desierto? ¿Tenemos el valor de convertirnos y creer en el Evangelio para que venga el reino de Dios y haya una justicia real en El Salvador? Es que, miren, tomar fresco de tamarindo como sacrificio por 40 días no cambia nada, si no buscamos vivir en coherencia con el Evangelio.
Antes de terminar de leer este artículo, quiero que vea el lugar donde usted está. Todo lo que ve un día puede no tenerlo. Su oficina puede ser ocupada por otro. Su vida no la controla usted. La ceniza del Miércoles de Ceniza es un recordatorio de eso. Todos, poderosos y olvidados, vamos a ir a parar al mismo lugar físicamente-dígase tres metros bajo tierra. Los reto a que, como dice mi párroco, cambiemos UNA cosa que no esté conforme al Evangelio (y si no sabemos qué, allí están las Bienaventuranzas). Y los reto a que tomemos Semana Santa con seriedad (incluyendo lo que la Iglesia exige, si es católico). Quizás, si todos llegamos a la noche santa de la Pascua con el deseo de ser más justos, más auténticos y menos ambiciosos, podamos comenzar a ver un verdadero cambio en el país.
Traer el Reino de Dios es nuestro deber como cristianos. Pero es cuestión de valientes, de valientes que se animan a caminar el desierto.
Educadora, especialista en Mercadeo con Estudios de Políticas Públicas