Ahora quieren dar el último empujón para invalidar los Acuerdos de Paz. Piensan que al acusar al presidente que negoció y firmó la paz y lograr la foto de Alfredo Cristiani esposado, podrán terminar borrando, de una vez por todas, el espíritu de la paz. Necesitan borrar del ideario nacional la validez de la transición democrática y de la sociedad plural y desmilitarizada que construimos conjuntamente quienes antes nos enfrentamos en guerra.
Por eso Nayib Bukele ordenó a su fiscal general Rodolfo Delgado incluir a Alfredo Cristiani en el nuevo caso de la masacre en la UCA, cometida por militares en noviembre de 1989. Como abogado, Delgado sabe que la acusación a Cristiani como autor intelectual de este crimen no tiene fundamentos. Sabe que nunca lo podrá comprobar ante una justicia imparcial. Pero como fiel servidor de su presidente, cumple lo ordenado por Casa Presidencial. Porque sabe también que en El Salvador ya no existe la justicia imparcial e independiente, en gran parte gracias a él mismo...
Lo que no saben el presidente y su fiscal es que la historia no se puede reescribir al gusto del gobernante de turno. Se puede poner a fiscales y jueces sumisos en función del intento, acompañados por la maquinaria de propaganda del gobierno, pero la memoria que la nación y el mundo tienen del proceso de transición es otra. Alfredo Cristiani habrá cometido errores e injusticias, como cualquier presidente, y han sido señalados por sus opositores y por analistas y comentaristas. Pero el reconocimiento como Presidente de la Paz sólo se le han negado los que, en ambos bandos de la guerra, se opusieron a la salida negociada. Son los que no aceptaban una paz sin perdedores y ganadores y sin venganzas.
Si regresamos al 1989, el año de la ofensiva guerrillera y del asesinato de los Jesuitas, es obvio que hubo una situación muy peligrosa para el incipiente proceso de diálogo por la paz. Muchos pensaron que no sobreviviría el noviembre de 1989, y hubo quienes hicieron todo a su alcance para que así fuera. Pero, afortunadamente, también hubo quienes tenían la convicción, la visión y el valor de enfrentarse a los intentos de sabotear las negociaciones y a los escépticos que perdieron la fe en una salida negociada a la guerra. Uno de ellos fue Alfredo Cristiani, y otro fue Ignacio Ellacuría. Es absurdo pensar que el primero haya sido cómplice del asesinato del segundo, cometido por militares que querían mantener la guerra. Cristiani, para lograr la paz, necesitaba a Ellacuría como interlocutor.
Este legado de Ellacuría, Cristiani y de muchos otros ya es parte de la historia, y Nayib Bukele no es quien pueda reeditarla. El problema es que en el intento seguiría causando mucho daño al país. Forzar el sistema de justicia a poner en escena una farsa jurídica de este tamaño profundizaría aún más la erosión de la legitimidad de las instituciones judiciales. Si para el presidente que arriesgó todo su capital político para apostar a la paz no hay seguridad jurídica, ¿entonces para quién?
El país ya está cansado de los espectáculos de pan y circo que pone en escena Nayib Bukele. Lo que menos necesita El Salvador es un ‘show trial’ de carácter político, partidario, y propagandístico para reescribir nuestra historia. A esto debemos oponernos todos que hemos sido parte de esta historia de guerra-negociación-paz-transición democrática. Todos significa: los que hemos estado en los dos bandos del conflicto, así como las fuerzas sociales que nos exigieron la paz: iglesias, sindicatos, académicos, desplazados, familiares de asesinados, desaparecidos y caídos en la guerra.
Todos nosotros tenemos que defender el concepto de la paz sin venganzas que adoptamos luego de los horrores de noviembre 1989. No se trata de defender a la persona Alfredo Cristiani, sino de defender el proceso de transición democrática que quieren deslegitimar condenando al presidente que negoció la paz. De paso se quieren llevar a la Comisión de la Verdad, que certeramente acusó de la masacre en la UCA a los militares, pero no a Cristiani.
No permitamos que este engaño pase. No existe un caso Cristiani. No demos legitimidad al espectáculo que están queriendo armar.
Saludos, Paolo Luers