En un nuevo amanecer de la vida nuestras sombras se esfumaron bajo el cielo de aquel remoto planeta en los confines del cosmos. Desde lo alto de una colina cercana, las llamas fluorescentes de una hoguera aparecieron entre la patética quietud de aquel despoblado mundo. Tesio Morano -ingeniero nuclear de la expedición- había levantado ya su tienda de campaña. Escuchamos atentos su voz que llegaba fantasmal entre la tibia brisa, entonando un improvisado cantar: “Pueden irse mis hermanos de vuelta al infinito. Cada quien puede su estrella buscar, pero yo me quedaré y cantaré al recuerdo de un amor lejano y de todo lo perdido del ayer. Me quedaré, porque ya encontré, amigos, un lugar donde volver a empezar y por él viviré”. Aquel compañero de destierro estaba lúcido, quizá más que nosotros. Nosotros, que aún esperábamos realizar el imposible regreso al borrado planeta de nuestro origen. La Salle y la tripulación solar le oyeron con una luz de esperanza en sus rostros. “Es lo mismo que al nacer –dijo el almirante. No elegimos cómo, cuándo, dónde ni por qué. Como los primeros humanos de ayer”. (VII) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>