Era el amanecer de un día perdido en el recuerdo del tiempo profundo. Los coordinadores de la misión espacial “Ícaro”, el almirante La Salle y otros ingenieros de vuelo constataron fallas en los reactores nucleares de la nave. Perdidos en el tiempo y espacio habíamos arribado a un planeta desconocido. Yo, Indra, observaba –apartado de todos— el vasto universo desde aquel mundo extraño y esplendoroso. Un astro azul cobalto iluminaba el insólito paisaje. ¿Quiénes éramos nosotros? Sólo extraños viajeros de otro mundo, buscando un lugar en la galaxia donde recomenzar nuestras vidas y continuar la historia de nuestra raza. “Ícaro” –nuestro navío—no podría emprender regreso a nuestro lejano planeta e intentarlo era un suicidio. Tal vez el violento retorno al origen, al mismo polvo cósmico de lo que nosotros –como todo lo demás— estábamos hechos en la Creación cuántica universal. Tesio Morano, astrofísico nuclear, se dirigió a la varada tripulación para darnos la noticia de nuestro imposible regreso al planeta Tierra. Lejano y azul en la distancia y habitado por una grande e impiadosa civilización. La misma que labró su propia caída y extinción. (II) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>